Ya ha pasado una semana y hemos
agotado la creatividad especulativa sobre el rumbo que tomará el nuevo Papa. A partir de ahora, sólo estaremos
expectantes. Las sacudidas que provocó su designación ya se están calmando.
Las acusaciones de complicidad o, cuanto mucho, de silencio otorgador, pasaron
a ocupar un segundo plano, aunque nunca se abandone el manto de sospechas. Los pasos que dé Francisco de ahora en más
descartarán o confirmarán cada una de ellas. Aunque no tiene demasiado
sentido: nadie se atreverá a firmar un pedido de captura internacional contra el
Sumo Pontífice. Además, dejó de ser Bergoglio para asumir su nueva
personalidad, que parece tener un divino
halo de protección. La polvareda que desató semejante sorpresa ya se está
aplacando y nos permite nuevamente posar la mirada sobre la escena local, tan agitada por los agoreros y los
conspiradores de siempre. Una semana de distracción es suficiente. Ahora
debemos volver a llamar la atención sobre los especuladores, los apologistas de
la desmemoria y los nostálgicos de nuestro peor pasado, que tuvieron en estos días vía libre para desplegar su accionar
carroñero.
Muchos de nuestros actuales
problemas se originan, sin dudas, en la oscilante resolución del pasado. Desde
2003, el Estado nacional se puso al frente de la reconstrucción de nuestra
memoria y abrió las puertas para juzgar a los responsables y cómplices de la
última dictadura cívico-militar. Pero
con timidez, a los beneficiarios que, en realidad, fueron instigadores. Uno
ya se fue hace unos días, auxiliado con una bien lograda impunidad. Quedan
otros, que inevitablemente envejecen y también pueden abandonar este mundo como
intocables de la justicia. El domingo se cumplirán 37 años del inicio de la
peor historia y, aunque el resultado de muchos juicios resulta auspicioso, el
avance hacia los civiles circula por una vía mucho más lenta. Claro, no es lo mismo enfrentarse a viejos
militares repudiados por casi toda la sociedad que a poderosos exponentes del
establishment que están a la cabeza de importantes empresas.
Ni hablar de muchos jueces que
fueron nombrados en esos oscuros tiempos y que aún hoy continúan en ejercicio
como si nada hubiera pasado. Lejos de agradecer la confirmación de sus cargos
en los primeros tiempos del retorno a la democracia, siguen conspirando contra ella y pisoteando cualquier sentido de
justicia. El sobreseimiento, que es una medida que toma un tribunal cuando
no hay motivos para proseguir con un juicio, parece una constante y termina siendo un indulto de facto. En estos
días se revocaron muchas de estas resoluciones que tenían como objetivo la
impunidad de los sospechados. Uno de estos casos tiene a la provincia de Salta
como escenario. El ex juez federal Ricardo Lona es el beneficiado, acusado por delitos de lesa humanidad por “encubrimiento y prevaricato” en once denuncias por secuestro y
homicidios antes y durante la dictadura. En síntesis, se lo acusa de no haber investigado once hechos que llegaron a su
conocimiento como único juez federal de Salta, sobre desaparición de personas,
homicidios y privaciones de la libertad.
Los integrantes de la Cámara de
Casación decidieron la revocación de los recursos que protegían al reo desde
junio de 2010. “Consideraron que su actuación no fue sólo de encubridor –explicó el fiscal federal Horacio Azzolin- sino
también de coautor de los hechos junto con los militares y policías imputados
y, por lo tanto, podría recibir una pena más grave, pero como paso previo le
impidieron que salga del país”. Este es el tercer sobreseimiento desechado
por Casación, dictados en su momento por la Cámara Federal de Salta. Lo más
grave: 67 magistrados salteños se
excusaron por tener vínculos con el ex juez. Corporación o familia, que le
dicen. Así no avanzaremos más.
Pero
la resolución del pasado no atañe solamente a los crímenes cometidos durante la
dictadura. Durante gran parte de
nuestros tiempos democráticos la Justicia argentina siguió con sus vaivenes de
impunidad. Ahora le toca a Menem, con todas sus décadas a cuestas, rendir
cuentas ante la Señora que necesita
vendas nuevas sobre sus ojos. Parece que no necesitará considerar en qué
institución geriátrica pasará sus últimos años porque el Estado le ofrecerá una tan segura que hasta está rodeada de rejas.
Primero, la Cámara de Casación revirtió un sobreseimiento dictado en
primera instancia, lo que permitirá al ex presidente afrontar su condena por el
contrabando agravado de armas a Ecuador y Croacia. Mientras la Comisión de
Asuntos Constitucionales del Senado se apresta a tratar el desafuero de tan
nefasto personaje, la Corte Suprema despejó
el camino para que la investigación del estallido en la Fábrica Militar de Río
Tercero llegue a juicio oral. Estos dos hechos, que ocurrieron hace 17 años,
se relacionan porque la explosión tuvo como objetivo ocultar la desaparición
del material bélico que se contrabandeó a Croacia. Puede ser que esta vez no
escape de lo que merece.
Y
esto no es mero afán vengativo. Una
sentencia judicial no sólo afecta al imputado, sino que desalienta acciones
similares. Muchos de los que destruyeron el país y lo condujeron al
desastre de 2001 gozan de una inmerecida libertad. Esto permite que muchos exponentes de la no-política pugnen por el
retorno a esos tiempos. Y no sólo por la corrupción ostentosa de los
funcionarios de entonces sino por las decisiones gubernamentales que no tenían
como objetivo alcanzar el bien común sino el beneficio de unos pocos. Un Cavallo entre rejas desalentaría los
cantos de sirena de algunos mercenarios económicos que pululan por los medios.
Ni hablar de los evasores y especuladores, que han sacado tajada de todas
nuestras dramáticas crisis y que intentan todos los días sacudir la escena
económica para que todo se desmadre.
Lo que más indigna es el rigor
desproporcionado. Hace más de dos
años, las hermanas Jara padecen el encierro por haberse protegido de un
acosador. Ailén y Marina volvían de una fiesta cuando Juan Antonio Leguizamón
intentó violar a una de ellas. Con dos disparos del arma de fuego que portaba
trató de someterla, pero su hermana, Marina, salió del departamento a tiempo y
lo hirió con un cuchillo de cocina. A los dos días, Leguizamón fue dado de alta
del hospital porque las heridas eran leves. El acosador acusó a las hermanas y policías y jueces obedecieron a un
personaje que está involucrado en tráfico de drogas en la zona. Ahora,
afrontan un juicio oral por intento de homicidio y ni siquiera se tuvo en
cuenta la figura de defensa propia, a
pesar de que muchos testimonios confirman que el acoso llevaba ya mucho tiempo.
El deterioro emocional de las jóvenes no logra conmover al Tribunal N° 4 de
Mercedes, que demora demasiado en considerar las pericias psiquiátricas que aconsejan
el arresto domiciliario. ¿No es demasiado rigor para un caso así? ¿No se nota
demasiado la connivencia con personajes nefastos?
Los que destruyeron el país reciben un
tratamiento respetuoso y hasta se les pide permiso para ser interrogados, mientras dos chicas que se defienden en un intento de
violación padecen la cárcel hasta la depresión. Nuestro futuro exige una Justicia que actúe con ecuanimidad y
compromiso. Y celeridad, más que nada. De lo contrario, seguiremos dando
vueltas en un laberinto monstruoso.
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