La Presidenta dio -una vez más-
en la tecla. Desde su cuenta de
Twitter, consideró que los que criticaron la Cadena Nacional desde Tecnópolis
no tienen sentido del humor. Los medios
opositores ponen a toda hora los chistes más desopilantes contados por una
caterva de personajes infames y nadie les dice nada. Eso sí que es una
cadena del peor humor negro y se quejan porque Cristina ocupó tres minutos de su desmoralizante
programación con los chistes de un deslucido
Guillermo Celci. ¿O acaso no han pasado hasta el hartazgo el chascarrillo de
Pablo Micheli o la broma de Hugo Moyano con forma de confesión? ¿O los irónicos
informes de Telenoche con la voz del periodista santacruceño Mario Markic no se
asemejan a crónicas satíricas? ¿O los furcios de Marcelo Bonelli, Edgardo
Alfano, Adrián Ventura, entre otros, no son la mejor muestra del stand up criollo? Claro, en el monstruoso país que construyen con sus voces maléficas
sólo hay lugar para los dramas y las burlas ramplonas y destructivas. Tato Bores
tenía una calificación adecuada para el espectador de estos medios: los ‘cara de bragueta’.
Don José, el tío del siempre
extrañado Tato, consideraba que el gesto
de estreñimiento perpetuo de muchos argentinos es el principal problema del
país. “Qué bronca, qué mufa, qué
yeta, qué chinche, qué jeta, qué pálida completa”, decía la canción. Una expresión que acompaña de manera
constante a la especie urbana vernácula. El ceño apretado, la mirada baja,
el paso apurado, la boca fruncida o con las comisuras lo más abajo posible
están presentes en ese rostro con el que uno se encuentra día a día. Los
motivos: “y qué querés, con todos los
problemas que uno tiene”, explicarán seguramente. Si uno tiene tiempo para
hurgar en ese problemático universo, se encontrará con lo cotidiano transformado
en tragedia: “entre el trabajo, los
chicos, el cañito que gotea, los impuestos, el seguro de los dos coches y las
cuotas del viaje a Cancún ya no tengo ganas ni de sonreír”. O, con una síntesis incrustada gracias a años de
horadación de cabezas, practicará un exagerado gesto de resignación y
recitará: “¿cómo querés que me vaya en
este país?”.
En el país de las pesadillas, el que oscurecen cada día más los medios
dominantes, no cabe nada que aliente una esperanza. La vocinglería mediática
presenta una prédica que destruye cualquier intento de buen humor. Y las sonrisas que despiertan parecen la
resignada burla del que está a punto de estamparse contra un lejano suelo.
Como los cartelitos que exhibía el coyote cuando, ante un nuevo fracaso en su
intento de atrapar al correcaminos, caía al más profundo de los abismos. Uno no
les pide que se conviertan en la oficina de prensa de Presidencia de la Nación,
porque eso sería tan nocivo como lo que ocurre ahora. Y haría desconfiar a muchos,
quien escribe estas líneas, inclusive. Pero
esta continua cantinela de que estamos mal y somos irrecuperables está
perturbando la convivencia. Cuando uno se encuentra con un cautivo de
semejante bochinche, parece que viviéramos, no en dos países distintos, sino en
dos galaxias separadas por millones de años luz. Y no es una cuestión de
opiniones: ninguna apreciación o crítica
es válida si está elaborada a partir de hechos inexistentes; menos aún
cuando es sólo la repetición de una sentencia emanada desde la tele.
El
libreto oscuro de los detractores
Después del paro general
convocado por los dirigentes sindicales, sus principales exponentes comenzaron a propalar los más disparatados
dichos. El chiste por excelencia consiste en que los trabajadores realicen
una medida de fuerza en connivencia con los patrones y los principales
ricachones del país. Y encima, los miembros de la sociedad rural aplaudieron que quienes trabajan en sus
campos hagan una huelga. Los
empresarios del transporte alentaron a sus choferes para que no salgan a la
calle. ¡Vamos, que ya somos grandes y nos conocemos mucho!
Como los colectiveros
adhirieron a la medida, la dificultad para el traslado de los que querían –o
debían- ir a trabajar garantizaba cierto éxito. Dificultad que inspiró una de
las célebres frases de Pablo Micheli, la
pata izquierda de esta protesta derechosa: “los carneros que vayan caminando o en
bici”. Vale repetir la pregunta
del apunte anterior: ¿quiénes son los carneros, los que querían cumplir con sus obligaciones laborales o los que se
asociaron con la patronal para destronar este proyecto que tanto ha
transformado nuestro país?
Otra
de Micheli -que no necesitó de risas grabadas para desatar la carcajada- fue la
referida a la simpatía que despertaría
esta huelga en personajes como Agustín Tosco o Rodolfo Walsh. Malvina Tosco,
la hija del incorruptible dirigente sindical, respondió a través de una carta
semejante exabrupto. “La verdad que no me atrevo ni siquiera a
pensar qué hubiera hecho mi padre –escribió- Qué caradurez la de estas personas que se atreven a mencionar a Tosco y
a Walsh, verdaderos héroes de la
historia Nacional”.
El camionero Hugo Moyano no se
dejó amedrentar por el ingenio de Micheli y gambeteó sus contradicciones con una poco creíble confesión. Ahora
se da cuenta de su error al
enfrentarse con los estancieros en 2008 por la famosa resolución 125, que
establecía retenciones móviles para las exportaciones agropecuarias. Semejante
revelación lo deja al desnudo, por más desagradable que eso resulte. Ya no hay un simple coqueteo con el Poder
Fáctico sino un romance indisoluble. “Se
ha formado una pareja”, gritaría, exultante, Roberto Galán, el conductor
del ciclo televisivo Yo me quiero casar
¿y usted? Más que una pareja, esto
parece una muchedumbre que redundará en problemas de alcoba.
Por eso, las críticas a la ya
famosa Cadena Nacional donde el actor Guillermo Celci presentó tres minutos de
medianos chistes poco celebrados por el público resultan exageradas. Pero algunos pisaron el palito y convirtieron
esto en una causa de Estado y salieron a pontificar sobre el mesurado empleo
que debe tener la cadena. Algunos quedaron encadenados en sus torpezas, como el diputado por el FAP, Hermes
Binner, que consideró que "el uso
indiscriminado de la cadena nacional es una política comunicacional propia de
los populismos".
Y, como una muestra más de su esquivo socialismo, citó un ejemplo: “la última vez que se utilizó la cadena
nacional en España fue el 23 de febrero de 1981, cuando tras el intento fallido
de golpe de Estado, el rey Juan Carlos se pronunció al país dando por terminado
el conflicto. El mensaje duró un minuto". La mirada europeizante de siempre con los geriátricos toques que Binner
tiene de sobra. Los españoles usaron ese mecanismo institucional -que es
una facultad de todo representante del Estado- hace más de treinta años. ¿Y
qué? ¿Acaso eso debe convertirse en
ejemplo? Sólo basta echar una mirada a la situación actual de ese país para
advertir que el modelo aplicado no debe practicarse
en ningún lugar del mundo.
Y para cerrar este chistoso
apunte, un último chascarrillo para terminar bien la semana: los que no ganaron en las elecciones
presidenciales y quedaron muy golpeados en la contienda pretenden enseñar cómo
debe gobernarse un país. Y para eso pintan un cuadro desolador con un
equipo presidencial desastroso que nos está hundiendo en la peor de las crisis.
Quienes creen esta patraña son los que deambulan con cara de bragueta, mascullando odios, cavilando nuevos prejuicios,
memorizando titulares. No podría ser de otra manera: con tantos humores infectos pululando por sus mentes, no les queda
espacio para dibujar una sonrisa.
Estupendamente escrito. Hasta envida da, vea. Fuerte abrazo. Ah, estoy totalmente de acuerdo.
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