jueves, 17 de abril de 2014

La provocación de los informadores


Un taxista –algo exaltado- afirma que la inseguridad empeoró en los últimos diez años. Justo diez, no ocho ni doce. ¿Cuánto de manipulación hay en esa cifra tan exacta? ¿Cuántas horas de radio machacona se invirtieron para grabar a fuego esa sentencia temporal? Y la conclusión es sencilla: una década ganada más para los delincuentes que para el conjunto de la sociedad. Lo dijo la radio, que debe saber más que cualquier pasajero, por más que sea un periodista con un blog de dudoso éxito. No hay datos ni argumentos que valgan ante la salmodia constante de los medios de comunicación hegemónicos que insisten en pontificar que estamos peor que nunca. Menos aún durante un viaje de unas cuantas cuadras. Todo comenzó con la frase ya célebre, no tanto por su certeza sino por su insistencia, que reza que ya no se puede salir a la calle. Y uno, inocente, ve personas deambulando tranquilamente sin que feroces delincuentes las persigan para robar, herir, violar o matar. Si no fuese así, viviríamos atrincherados en sótanos sin asomar la narizota. Esto –vale siempre reiterar- no significa negar los hechos delictivos, sino encuadrarlos en su justa medida.   
Por señalar esta circunstancia –la falsedad de esa frase- uno se hace merecedor al instante de un listado de experiencias que se remontan a tiempos inmemoriales padecidas por el mismo interlocutor o familiares, amigos y conocidos. No cabe duda: basta un solo hecho para confirmar la inseguridad. Y más aún cuando una banda de detractores mediáticos quiere convertir a nuestro país en el peor del mundo. De acuerdo a estas constructivas voces, Argentina ha logrado ser la nación más corrupta, la más insegura, la que tiene mayor inflación y muchas nefastas metas alcanzadas sólo en los últimos diez años. El kirchnerismo ha logrado destruir un país que estaba en la cima del planeta apenas diez años atrás.
Por supuesto, no es así. Algo falla para que semejantes inconsistencias logren tanta aceptación en una porción importante del público. Considerar que consignas infundadas horaden tan fácilmente la memoria de sus oyentes invita a desempolvar las más primitivas teorías comunicacionales. Porque no estamos hablando de una comparación con un período lejano del que no quedan sobrevivientes, sino de apenas diez años atrás. En aquel entonces, la desocupación superaba el porcentaje de votos obtenidos por Néstor Kirchner, el índice de pobreza pisoteaba el 50 por ciento y la tasa de homicidios pasaba los 9 por cada 100 mil habitantes, un pico similar al de 1997. Entonces, ¿por qué un espectador de más de treinta años renuncia a apelar a la comparación y se somete al puro presente de la realidad mediática? ¿Por qué permite que unos vociferantes electrónicos pisoteen sus propios recuerdos? ¿Por qué un televidente deposita su fe –con un sentido casi supersticioso- en aquellos que le mienten a cada rato? Más grave aún, ¿no se enteran de que les están mintiendo o no les importa?
Ejemplos que abundan
Entre el domingo y el lunes de esta semana, dos destacados periodistas explotaron una vez más la credulidad de sus seguidores. Jorge Lanata presentó en su primer programa del año una puesta en escena para demostrar que Rosario es la capital del narcotráfico y que transitar por sus calles es un desafío sólo para los más valientes. La moraleja de la emisión la dio el propio conductor, para que no queden dudas: "el narcotráfico instalado es una de las cosas que nos va a dejar este Gobierno". Después, las ya memorables entrevistas a esos sicarios rosarinos que, sin titubear, recitaron un guión plagado de lugares comunes, extraído de las más medianas películas policiales. Uno de ellos, hasta se tomó un respiro para reflexionar sobre el código penal que todavía no es siquiera un proyecto. “Con el nuevo código, salgo en dos días”, afirmó como un buen massadicto. El otro, más compenetrado con su papel, sentenció: "no mato ni criaturas ni ancianos".
Si la cosa no fuera tan seria, daría para reírse. Pero es grave que un periodista juegue con los miedos de sus espectadores. O tal vez los espectadores también simulan tener miedo y así, llenan su changuito de excusas para despreciar al kirchnerismo. Lanata es tan valiente que, no sólo entrevista a los más peligrosos sicarios de la Chicago argentina, sino que instala una cámara para captar a uno de los clientes de los ya emblemáticos bunkers, que, ansioso, prueba la mercancía en el centro mismo de la pantalla, sin que la gota de agua que cubre su rostro logre perturbar su consumo. Tanto despliegue actoral sólo tiene como objetivo mostrar la ineficacia del Gobierno Nacional para garantizar la seguridad ciudadana sin tocar un pelo a las consabidas responsabilidades de la policía provincial con cualquier accionar delictivo. Con todo esto muestra, una vez más, que ha renunciado al periodismo para convertirse en un constructor de desconfianza entre representantes y representados.
Para no ser menos, al día siguiente, Samuel Gelblung entrevistó en vivo a dos motochorros que narraron los pormenores de su profesión. La graciosa anécdota ya es conocida: cuando las dos estrellas del delito salieron del canal, unos agentes policiales los estaban esperando para llevarlos detenidos pero después se descubrió que eran actores. Un engaño más para mostrar el descontrol, para exigir más presencia policial, para retornar a los tiempos de la oscura paz represiva que el conductor televisivo tanto añora.
  Pero no son éstas las únicas picardías de los medios hegemónicos. Todos los días, los diarios desperdician toneladas de papel para instalar las fantasías más perniciosas con forma de titulares que se replican hasta el hartazgo en canales de TV y emisoras radiales. Que el diputado Andrés Larroque dice en una reunión que La Cámpora no apoyará a Scioli, justo el día en que el susodicho representante estaba fuera del país; que el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, estaba a punto de renunciar, aunque después, Marcelo Bonelli reconoce en cámara que tiraron ese verso ante la ausencia de hechos más interesantes; si no es Kicillof, será De Vido o cualquier otro funcionario elegido por Cristina el protagonista de los peores escándalos perpetrados en el oscuro centro del poder. Y si no son personas serán hechos que se inventan para demostrar que nuestro país se precipita hacia el desastre. O conclusiones amañadas basadas en datos falaces se encargarán de advertir que estamos retrocediendo en ojotas.
Embelesados con semejantes patrañas, hay espectadores que casi disfrutan con el horror en el que creen vivir, impermeables a cualquier versión que las desmienta. Emperrados, se niegan a abandonar ese país de pesadilla que la virtualidad les enseña a toda hora. Un poco necios, también, desdeñan la tentación de comparar lo que ven en la pantalla con lo que viven más allá de su ventana. A pesar de que todo está muy mal, van a trabajar, salen a pasear, asisten al cine o al teatro, viajan a los centros turísticos, compran en shoppings y supermercados, se visten a la moda y cambian sus coches todos los años. Muchos quisieran vivir en nuestro infierno 
No estamos hablando de libertad de expresión, si no de estafas. Mostrar un falso delincuente es un fraude, mentir no es opinar, engañar no es informar. Alguna vez hay que poner límite a todo esto porque están dañando la credibilidad comunitaria, además de la convivencia democrática. Y no estamos hablando de multas que se cobrarán dentro de años o nunca, sino de sanciones inmediatas para terminar con este accionar malsano. Una especie de bromatología mediática que preserve a la sociedad de la peor de las enfermedades: el odio.

3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con el tema de "poner límite" y "sanciones que no sean sólo una multa". Cometen delitos, tal como lo señalás.

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    1. Uno no alienta la censura, sino que la deplora. Pero lo que ellos hacen pisotea la libertad de expresión. Son delincuentes mediáticos que explotan los prejuicios y la ingenuidad de su público.

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  2. Hace un tiempo puse en mi muro de facebook, una gran caja de memorex y no porque yo le haga propaganda a los medicamentos, pero creo que a los argentinos les falla la memoria y solo ven y creen lo que consumen por la tv y algunos diarios, sin pensar en cómo estaba nuestro pais hace unos años atrás. Y además porque ahora pueden hablar, Y a veces la lengia es mucho más rápida que la mente.

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