Un taxista –algo exaltado-
afirma que la inseguridad empeoró en los
últimos diez años. Justo diez, no ocho ni doce. ¿Cuánto de manipulación hay
en esa cifra tan exacta? ¿Cuántas horas de radio machacona se invirtieron para
grabar a fuego esa sentencia temporal? Y
la conclusión es sencilla: una década ganada más para los delincuentes que para
el conjunto de la sociedad. Lo dijo la radio, que debe saber más que
cualquier pasajero, por más que sea un periodista con un blog de dudoso éxito. No hay datos ni argumentos que valgan ante la
salmodia constante de los medios de
comunicación hegemónicos que insisten en pontificar que estamos peor que nunca.
Menos aún durante un viaje de unas cuantas cuadras. Todo comenzó con la frase
ya célebre, no tanto por su certeza sino por su insistencia, que reza que ya no se puede salir a la calle. Y uno, inocente, ve personas deambulando
tranquilamente sin que feroces delincuentes las persigan para robar, herir,
violar o matar. Si no fuese así, viviríamos atrincherados en sótanos sin
asomar la narizota. Esto –vale siempre reiterar- no significa negar los hechos
delictivos, sino encuadrarlos en su
justa medida.
Por señalar esta circunstancia –la
falsedad de esa frase- uno se hace merecedor al instante de un listado de
experiencias que se remontan a tiempos inmemoriales padecidas por el mismo
interlocutor o familiares, amigos y conocidos. No cabe duda: basta un solo hecho para confirmar la inseguridad. Y
más aún cuando una banda de detractores mediáticos quiere convertir a nuestro
país en el peor del mundo. De acuerdo a estas constructivas voces, Argentina ha logrado ser la nación más
corrupta, la más insegura, la que tiene mayor inflación y muchas nefastas metas
alcanzadas sólo en los últimos diez años. El
kirchnerismo ha logrado destruir un país que estaba en la cima del planeta apenas
diez años atrás.
Por supuesto, no es así. Algo
falla para que semejantes inconsistencias logren tanta aceptación en una
porción importante del público. Considerar que consignas infundadas horaden tan
fácilmente la memoria de sus oyentes invita a desempolvar las más primitivas
teorías comunicacionales. Porque no
estamos hablando de una comparación con un período lejano del que no quedan
sobrevivientes, sino de apenas diez años atrás. En aquel entonces, la desocupación
superaba el porcentaje de votos obtenidos por Néstor Kirchner, el índice de
pobreza pisoteaba el 50 por ciento y la tasa de homicidios pasaba los 9 por
cada 100 mil habitantes, un pico similar al de 1997. Entonces, ¿por qué un espectador de más de treinta
años renuncia a apelar a la comparación y se somete al puro presente de la realidad mediática? ¿Por qué permite
que unos vociferantes electrónicos pisoteen sus propios recuerdos? ¿Por qué un televidente deposita su fe –con
un sentido casi supersticioso- en aquellos que le mienten a cada rato? Más
grave aún, ¿no se enteran de que les están mintiendo o no les importa?
Ejemplos
que abundan
Entre el domingo y el lunes de
esta semana, dos destacados periodistas explotaron una vez más la credulidad de
sus seguidores. Jorge Lanata presentó en su primer programa del año una puesta
en escena para demostrar que Rosario es
la capital del narcotráfico y que transitar por sus calles es un desafío sólo
para los más valientes. La moraleja de la emisión la dio el propio
conductor, para que no queden dudas: "el narcotráfico instalado es una de las cosas que nos va a dejar
este Gobierno". Después, las ya memorables entrevistas a esos sicarios rosarinos que,
sin titubear, recitaron un guión plagado de lugares comunes, extraído de las más
medianas películas policiales. Uno de
ellos, hasta se tomó un respiro para reflexionar sobre el código penal que
todavía no es siquiera un proyecto. “Con el nuevo código, salgo en dos
días”, afirmó como un buen massadicto. El otro, más compenetrado con
su papel, sentenció: "no mato ni criaturas ni ancianos".
Si
la cosa no fuera tan seria, daría para reírse. Pero es grave que un periodista juegue con los miedos de sus
espectadores. O tal vez los espectadores también simulan tener miedo y así,
llenan su changuito de excusas para
despreciar al kirchnerismo. Lanata es tan valiente que, no sólo entrevista
a los más peligrosos sicarios de la Chicago
argentina, sino que instala una cámara para captar a uno de los clientes de
los ya emblemáticos bunkers, que, ansioso, prueba
la mercancía en el centro mismo de la pantalla, sin que la gota de agua que
cubre su rostro logre perturbar su consumo. Tanto despliegue actoral sólo tiene
como objetivo mostrar la ineficacia del Gobierno Nacional para garantizar la
seguridad ciudadana sin tocar un pelo a
las consabidas responsabilidades de la policía provincial con cualquier
accionar delictivo. Con todo esto muestra, una vez más, que ha renunciado
al periodismo para convertirse en un constructor de desconfianza entre representantes
y representados.
Para
no ser menos, al día siguiente, Samuel Gelblung entrevistó
en vivo a dos motochorros que narraron los pormenores de su profesión. La
graciosa anécdota ya es conocida: cuando las dos estrellas del delito salieron del canal, unos agentes policiales los estaban esperando para llevarlos detenidos
pero después se descubrió que eran actores. Un engaño más para mostrar el
descontrol, para exigir más presencia policial, para retornar a los tiempos de
la oscura paz represiva que el
conductor televisivo tanto añora.
Pero no
son éstas las únicas picardías de los
medios hegemónicos. Todos los días, los
diarios desperdician toneladas de papel para instalar las fantasías más
perniciosas con forma de titulares que se replican hasta el hartazgo en
canales de TV y emisoras radiales. Que el diputado Andrés Larroque dice en una
reunión que La Cámpora no apoyará a Scioli, justo el día en que el susodicho
representante estaba fuera del país; que el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich,
estaba a punto de renunciar, aunque después, Marcelo Bonelli reconoce en cámara
que tiraron ese verso ante la ausencia de hechos más interesantes; si no es
Kicillof, será De Vido o cualquier otro
funcionario elegido por Cristina el protagonista de los peores escándalos perpetrados
en el oscuro centro del poder. Y si no son personas serán hechos que se
inventan para demostrar que nuestro país se precipita hacia el desastre. O
conclusiones amañadas basadas en datos falaces se encargarán de advertir que
estamos retrocediendo en ojotas.
Embelesados
con semejantes patrañas, hay
espectadores que casi disfrutan con el horror en el que creen vivir,
impermeables a cualquier versión que las desmienta. Emperrados, se niegan a
abandonar ese país de pesadilla que la virtualidad les enseña a toda hora. Un
poco necios, también, desdeñan la
tentación de comparar lo que ven en la pantalla con lo que viven más allá de su
ventana. A pesar de que todo está muy mal, van a trabajar, salen a pasear,
asisten al cine o al teatro, viajan a los centros turísticos, compran en
shoppings y supermercados, se visten a la moda y cambian sus coches todos los
años. Muchos quisieran vivir en nuestro
infierno.
No
estamos hablando de libertad de expresión, si no de estafas. Mostrar un falso delincuente es un fraude, mentir
no es opinar, engañar no es informar. Alguna vez hay que poner límite a
todo esto porque están dañando la credibilidad comunitaria, además de la
convivencia democrática. Y no estamos hablando de multas que se cobrarán dentro
de años o nunca, sino de sanciones
inmediatas para terminar con este accionar malsano. Una especie de
bromatología mediática que preserve a la sociedad de la peor de las
enfermedades: el odio.
Totalmente de acuerdo con el tema de "poner límite" y "sanciones que no sean sólo una multa". Cometen delitos, tal como lo señalás.
ResponderBorrarUno no alienta la censura, sino que la deplora. Pero lo que ellos hacen pisotea la libertad de expresión. Son delincuentes mediáticos que explotan los prejuicios y la ingenuidad de su público.
BorrarHace un tiempo puse en mi muro de facebook, una gran caja de memorex y no porque yo le haga propaganda a los medicamentos, pero creo que a los argentinos les falla la memoria y solo ven y creen lo que consumen por la tv y algunos diarios, sin pensar en cómo estaba nuestro pais hace unos años atrás. Y además porque ahora pueden hablar, Y a veces la lengia es mucho más rápida que la mente.
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