Algunos
habrán torcido el gesto ante uno de los últimos discursos de La Presidenta. “Esto es lo que quiero dejarle al próximo
presidente –dijo durante la presentación de Pampa Azul- un país mucho mejor que el que nos tocó encontrar a nosotros. Esa es
la mejor herencia que va a recibir”. El país que dejará Cristina en 2015
tendrá más expectativas que el recibido por Néstor Kirchner en 2003. Quien ponga en duda esta sentencia es
víctima de oscuras alucinaciones o está mintiendo con descaro. Con números
propios o ajenos, la desocupación, la pobreza y la indigencia han decrecido de
manera notoria. Unos meses atrás, la Cepal consideró que las políticas de
inclusión llevadas adelante por el kirchnerismo lograron alcanzar el Hambre
Cero. Hasta el manipulado tema de la
inseguridad demuestra una mejoría, contra todo lo que se dice. En 2002 se
cometían más de 9 homicidios por cada 100 mil habitantes y hoy, 5,4, lo que
convierte a nuestro país en uno de los más seguros de la región. Pero, como son
los titulares los que cuentan la realidad
–amañada, tergiversada, inventada- un lector cautivo está en todo su
derecho a desconfiar de los números oficiales. Y, por supuesto, a negar lo que ve con sus propios ojos y experimenta
en su vida cotidiana.
Desde las
usinas opositoras, pululan las burlas con ingeniosos juegos de palabras respecto
a la Década Ganada. Cada uno es el
autor indiscutible de su propia ceguera simbólica y se puede dar el lujo de
malograr su estado de ánimo con la información que quiera. Hasta puede renunciar a su memoria para que los medios hegemónicos
sugieran interpretaciones malsanas de la historia. Pero, al menos en la intimidad
del baño, deberá reconocer que –a pesar de la parafernalia mediática- nunca
hemos tenido una década tan despojada de sobresaltos. Quienes ostenten más de
veinte años podrán evocar las dramáticas
escenas que inauguraron este siglo y la inquietud cotidiana que provocó esa
crisis. Los que superen los treinta tendrán en su memoria las angustias
provocadas por el desempleo, el cinismo
gubernamental, la festichola del
poder y el abandono de toda producción
nacional, a tal punto que se vendían escarapelas importadas. Los de más de
cuarenta recordarán las asonadas militares, los paros a repetición y la prepotencia destituyente del establishment
con golpes inflacionarios. Los de más de cincuenta recordamos la mortecina paz de la dictadura y la llegada de los “chicago boys” para invadir nuestra economía.
Este tipo de
ejercicios de memoria siempre son útiles a la hora de evaluar cualquier gestión
de gobierno. Cada nuevo presidente recibía un país en ruinas, necesitado de una profunda re-construcción
y con la mayoría diezmada, angustiada, descreída. Y si ya no queda memoria,
basta echar una mirada a aquellas naciones otrora admiradas que muestran ahora
una postal angustiante. Claro, esto no aparece en los medios hegemónicos, no
por falta de espacio sino por una perniciosa
inconveniencia. No muestran el sufrimiento del pueblo español, griego o
italiano, que tomaron el camino del ajuste en serio para beneficiar a los que
provocaron la crisis.
Los que están al acecho
Como saben
lo que quieren, los principales actores del Poder Económico presentaron un plan de gobierno alternativo para
llamar la atención de los apresurados candidatos a la presidencia. Bajo el
pomposo título “Bases para la formulación
de políticas de Estado”, el Foro de Convergencia Empresaria plantea en 21 puntos lo que –para sus
integrantes- sería el gobierno ideal. Con esta jugada pretenden retomar el control de la vida económica y extorsionan al
gobierno futuro –y al actual- con las inversiones
que comenzarán a fluir si estas exigencias se convierten en realidad. Lo de
siempre: que el poder político atienda
sus angurrias para ver si deciden dejar caer algunas migajas.
Por
supuesto, lo que más preocupa a estos inquietos carroñeros son los impuestos,
las retenciones y la intervención del Estado en la economía. Si no existen,
mejor. Y si no se pueden eliminar que,
al menos, sean lo más insignificantes que puedan considerarse. Porque ellos
quieren ganar sin invertir ni compartir para acumular lo que obtienen con
facilidad. Pero esconden tan mezquinos intereses con floridas demandas sobre la
libertad de prensa –que no corre peligro- y el libre acceso a la información pública que, en rigor de verdad, sólo
ponen en riesgo sus aliados mediáticos.
Como
portadores del sentido común construido con tanto esfuerzo a lo largo de años,
reivindican la división de poderes y la independencia de jueces y fiscales.
Pero estas comprometidas ideas no
apuntan a lo que cualquier ciudadano puede interpretar. Lo que en realidad desean es que los tres poderes del Estado estén al
servicio de sus ambiciones. La independencia de jueces y fiscales no es más
que convertirlos en custodios de sus bienes y escudos de sus trapisondas.
Por si hay
algún confundido entre los lectores de este apunte, de ninguna manera les
importa cómo nos vaya a nosotros mientras
ellos puedan cargar sus bolsas con lo que encuentren en el camino. Por si
alguno ha quedado cautivo de sus lágrimas, en estos años han crecido como nunca
y han transformado sus ganancias en ladrillos o en cuentas en el extranjero.
No merecen
ser escuchados porque sus voces suenan a retroceso. Aunque se muestren como
víctimas, muchas veces han sido los
beneficiados de nuestras peores crisis. A pesar de que juren, pocos creen
que les interesa el futuro de todos: sólo sus cómplices y los que buscan
identificarse con lo que nunca serán. El
futuro en que piensan es el de sus arcones cada vez más desbordados. El
futuro que prometen es el de unos pocos que gozan de los bienes que produce el
resto.
El oscuro
laberinto que proponen conduce, indefectiblemente, hacia los peores momentos de
nuestro más reciente pasado. Con un poco
de memoria evitaremos el atajo que tantas veces nos arrastró al extravío. No
hay dudas: sólo este camino nos incluye a todos.
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