El linchamiento en Rosario es un
hecho ya conocido; tanto que parece
perfilarse como moda. Desde que un grupo de vecinos golpeó con salvajismo a David Moreyra hasta provocar su muerte, una
parte de la sociedad está conmocionada, asombrada, asqueada. La otra parte, de tan fascinada, adoptó
como rutina ese procedimiento. En efecto, durante la semana pasada se
produjeron, al menos, algunos hechos similares, tres en Rosario, otro en un
barrio porteño y otros más en diversos puntos del país. Sin pruebas y con
muchos prejuicios, algunos buenos vecinos perfeccionan sus métodos
de justicia exprés, que evoca escenas de los más conocidos westerns, donde desencajados
y polvorientos granjeros capturan al sospechoso y lo cuelgan de un árbol. Por
supuesto, estos episodios presentan muchas puntas de análisis, que van desde la comisión del delito en sí
hasta la pretensión de seguridad como un absoluto, pasando por la
exclusión, la presencia-ausencia del Estado y el accionar de los medios que,
más que informar, apunta a enloquecer a sus consumidores. Pero nada, absolutamente nada, podrá justificar que una cartera tenga
más valor que la vida de una persona.
En los linchamientos
cinematográficos había un clima festivo, con muchos gritos y alcohol. ¿Habrán llegado
a ese éxtasis los integrantes de esta
turbamulta vernácula? ¿Sentirán orgullo por la fiesta en la que participaron? ¿Guardarán en su celular imágenes de
ese acto de justicia? Esa anécdota, ¿se convertirá en un relato heroico para los
nietos?
Los individuos que ocasionaron
este hecho cometieron un delito para abatir a un presunto delincuente y descargaron sobre una persona odios
acumulados durante mucho tiempo. Cada golpe parece la expresión de un
hartazgo alimentado desde numerosas fuentes. Puñetazos, patadas, quemaduras de
cigarrillo evocan los mecanismos de
tortura de los represores y los procedimientos de investigación de policías
nostálgicos. Una mezcolanza punitiva que agrega más oscuridad que luz al
problema de la seguridad ciudadana.
David Moreyra y los otros
jóvenes se convirtieron en blanco de una venganza que no merecían. Ni ellos ni nadie puede ser el destinatario
de algo así. Ni siquiera un empresario multimillonario que sigue
especulando, evadiendo y explotando a sus trabajadores. Estos sospechados
recibieron en su piel la venganza por hechos
cometidos por otros, en otro tiempo y lugar, amplificados y exagerados, por
miedos que se retroalimentan entre vecinos, por prejuicios que se transforman en acción, por irresponsabilidad
de los dirigentes. Pero, sobre todo, por la
ausencia del Estado que debe garantizar la seguridad, no sólo desde la
sanción sino –y más importante- desde la prevención.
Claro, es mucho más fácil
decirlo que lograrlo. La mirada
ideológica dispara tantas posibilidades de acción que puede provocar el
estrabismo. Y si sumamos a esto el aluvión de prejuicios, mitos, historias,
ejemplos el nudo parece más difícil de desatar. Y por último, la leña que echan los fogoneros mediáticos
constituye el condimento ideal para una paranoia indigerible. Antes de
continuar con este apunte, vale aclarar que nada de lo dicho debe inducir a
pensar en la inexistencia de los delitos, como sugieren con sorna los
detractores del concepto “sensación de
inseguridad”. Los delitos son hechos, cuantificables y localizables; lo
otro –la sensación- es una construcción que
conduce al linchamiento, tanto mediático como material.
La
confusión de los explicadores
No sólo los medios contribuyen al clima de inseguridad:
los políticos que pretenden vestir banda no se quedan atrás. El líder del FAP, Hermes Binner, es un
experto en las inconsistencias. En el marco del lanzamiento de su campaña
electoral como precandidato apresurado, clausuró la posibilidad de hacer una
sociedad con el PRO porque “no hay que
confundir política y aritmética; en política hay sumas que restan y restas que
suman”. Si Binner creyera en esta
frase, no habría considerado siquiera una alianza con las fuerzas amarillas.
Pero él es así, confuso, contradictorio, errático y tal vez un poco distraído.
Después de afirmar que el socialismo tiene “un modelo de gestión que mostrar”, abordó
el tema de la inseguridad, sin considerar que Rosario tiene la tasa de
homicidios más alta del país. Para los que no recuerden, Binner fue
intendente de esa ciudad durante dos períodos y gobernó la provincia por cuatro
años y desde 2011 Antonio Bonfati, de su mismo partido, es el actual mandatario
de Santa Fe. Si bien sería injusto
afirmar que el crecimiento de la inseguridad en ese distrito es responsabilidad
absoluta de esa agrupación política, tampoco puede lavarse las manos de manera
tan ostensible.
Pero Binner lo hace porque en eso también es
experto. Desde su visión geriátrica de la vida “no hacemos más que abrir los diarios para que llegue la nota trágica
que supera nuestra capacidad de asombro”. Eso porque no escucha con atención
los discursos que pronuncia; si lo
hiciera, abandonaría el formato cacerolero que tienen. Entonces, comenzó a
citar ejemplos que lo abruman, dispuestos como críticas al Gobierno Nacional: “un discapacitado es arrojado de un puente,
se asesinan niños y se le dispara a embarazadas, vecinos linchan un ladrón que
es, a su vez, un joven ni-ni...” Cabe preguntarse qué ha hecho esa fuerza
política para lidiar con esos problemas, además
que lloriquear ante las cámaras como muestra de impotencia y de incapacidad.
Los policías santafesinos no hacen más que liberar
zonas y cobrar dividendos. No todos, por supuesto: hay otros que huyen cuando
ven que se acerca un presunto delincuente. Y
el resto no da abasto para sofrenar tanto estropicio. Eso sí, la intendenta
de Rosario, Mónica Fein, también socialista, se muestra encantada con la idea
de convertir a la ciudad en un gran
reality con la instalación de cámaras en lugares estratégicos. Cámaras que, más que prevenir, aportan
material para llenar los noticieros televisivos. Si en lugar de
desperdiciar recursos en estas cosas se preocupara por mejorar la vida en los
barrios periféricos, estaríamos hablando de otra cosa.
Pero el incomprensible socialismo de Binner no es lo
único que aporta confusión. El diputado Sergio Massa –como si fuera el
comisario de Hijitus- justificó los linchamientos con una de sus más profundas frases: “el que las hace, las paga”. Algo así
como si la policía no captura al delincuente, la justicia no lo procesa y un
juez no lo condena a las galeras, todo
poblador, escudado en el anonimato de la
turba exaltada, puede castigar al presunto delincuente con todos los medios
a su alcance. Y explicó que “esos casos de justicia por mano propia tienen que
ver con los mensajes que se dan desde el Estado”. Cualquiera sabe que cuando un opositor habla del
Estado, sólo se refiere a Cristina, que parece destilar impunidad y violencia por todos sus poros. En ningún momento se le escapó una condena: por el contrario,
consolidó toda acción de venganza para apuntarse un poroto de ese descontrolado
público. Esta compulsión punitiva que
alienta el ya candidato Massa no sólo busca el voto cacerolero –el que memoriza
excusas para oponerse- sino que espera
conquistar al votante linchador.
Estas
prácticas violentas deben ser desterradas porque sólo conducen a una mayor
disolución social. Si se propagan, será
porque los nostálgicos de la oscuridad están ganando esta batalla. Contra
todo lo que dicen los detractores, el mensaje de CFK jamás ha estado dirigido a apoyar ningún tipo de violencia ni
venganza. Por el contrario, siempre ha destacado la fuerza del amor. Eso es lo que nos dejó en estos días:
“cuanto
mayor es el grado de exclusión, mayor es el grado de violencia que se genera
entre los argentinos. No hay mejor
antídoto contra la violencia que lograr que mucha gente se sienta incluida".
Desde que asumió Néstor
Kirchner, ése ha sido el principal sendero. Y lo seguirá siendo por mucho tiempo más.
Amigo (virtual) Gustavo, simplemente felicitaciones por este espacio de reflexión que solo se logra con pasión, ideas claras, y con la justa (para mi exclusivo gusto) amalgama de conocimientos, ideales, investigación, contextos, un toque justo de ironía 8cuando hace falta), y buen humor.
ResponderBorrarDele duro a su vocación amigo, que le sale muy bien !!
Muchas gracias. Un comentario así alimenta mi ego. Abrazo enorme
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