Evaluar el estado de ánimo de los argentinos
requeriría una encuesta minuciosa que ninguna empresa de estudios sociales se
animaría a convertir en realidad. Por eso, se
impone a todo el país el monigote malhumorado que construyen los medios
hegemónicos con su irrenunciable prédica de derrotismo. Una caricatura del Ser Nacional que incluye una cacerola como principal emblema. Un perfil que confunde cualquier mirada.
Cuando escuchamos a algún comentarista de la realidad decir “el país está cansado de…”, “la gente
necesita que…”, “todos están en
contra de…” o alguna generalidad por el estilo, seguramente está mintiendo.
Sólo hablan de chismes que pululan en su
círculo íntimo o apenas un poco más allá. Salvo raras excepciones, gran
parte de los periodistas, analistas y políticos piensan y opinan con su vista
orientada a no más de unos kilómetros del obelisco. Para ellos, eso es Argentina.
Y los osados que prueban cruzar la General Paz asegurarán que conocen el interior. O el país es muy grande para estos personajes o son demasiado miopes. El
federalismo con el que muchos soñamos parece boicoteado por las voces obsesivas
que provienen de la CABA y por los colonizados provincianos que propalan la
colonización.
Por eso, el paro general extorsivo de la semana
pasada sólo tuvo como objetivo montar un
escenario de desolación para simular el éxito de la medida y así contagiar
a los espectadores del interior. En realidad, la huelga se centró en los
prestadores de servicios, sobre todo el transporte, que dificultó el traslado de los que no adherían a la protesta y deseaban
trabajar. Los piquetes desalentaron a algunos de los que pensaban concurrir
a trabajar en sus vehículos, incluidas las bicicletas. Las amenazas verbales y
materiales recibidas por taxistas que circulaban por las calles completan el
panorama de esta restricción de la
circulación con envoltorio de paro.
Tan negativas fueron las repercusiones del paro
que sólo lo celebraron desde los medios opositores. Casi todos los políticos
valoraron los motivos pero cuestionaron la metodología: una manera encubierta de decir que no concuerdan con la huelga. El
mayor exabrupto no lo cometió Hermes Binner, a diferencia de lo señalado
siempre en este espacio, sino otro diputado, Sergio Massa. Un poco asustado por
la mala imagen del infame Luis Barrionuevo, el ex intendente de Tigre declaró
que, “si quiere que sea presidente, que
deje de hablar por dos años”. Si alguien del kirchnerismo hubiese dicho
algo parecido, todos los medios estarían
pontificando sobre la libertad de expresión. Pero, como Massa es el
candidato de establishment, nadie le dice nada.
Los efectos
de la extorsión
Lo concreto es que el paro general de los
opositores no cayó tan bien y por eso el
apresurado postulante a presidente trata de despegarse. De acuerdo a un
sondeo realizado por Ibarómetro sobre 850 trabajadores y 150 jubilados, el 60
por ciento manifestó su rechazo a la medida. En cambio, la adhesión voluntaria rozó apenas el 32 por ciento. Cerca de un 70
por ciento de los consultados considera que el paro impulsado por Moyano y Barrionuevo
fue más para posicionarse políticamente que para conseguir mejoras para los
trabajadores. Y eso que este trabajo estadístico fue realizado en la CABA y el
Área Metropolitana. Si se hubiese realizado en todo el país, la mirada negativa sobre esta movida
opositora sería mayor.
Pero no importa, porque el objetivo de todo es la CABA, que funciona como un ombligo del
descontento universal. Y, por contagio o identificación dudosa, a gran
parte de la provincia de Buenos Aires. A pesar de tanta prédica agorera, los
índices de imagen positiva y negativa del Gobierno Nacional y de La Presidenta
no cambiaron con el paro; por el
contrario, registran una recuperación en marzo y abril. Y quien consiguió
remontar un poco su imagen, acosado por una inseguridad
mediática difícil de revertir, es el gobernador bonaerense Daniel Scioli. Más obedeciendo a la agenda informativa que
a sus propios datos –que indican una disminución importante en la comisión
de delitos- anunció un aluvión de medidas que sólo apunta
a poblar de policías la calle. Ah, y como los motochorros se han convertido en enemigos públicos, quienes viajen como acompañantes en
motocicletas deberán llevar un chaleco especial y la identificación en su
espalda. Ahora, gracias a estas decisiones grandilocuentes, Scioli está
cabeza a cabeza con el líder del Frente Renovador en la carrera presidencial.
Si entre sus intenciones se encuentra superarlo, deberá practicar sus gestos histriónicos y emprender una campaña contra
el nuevo Código Penal que aún no es siquiera proyecto.
Además de demandas por la inseguridad, el paro
general convocado por los gremios opositores más el transporte, cuyos
dirigentes amenazan con cruzarse de vereda, incluía quejas sobre la inflación.
Claro, en el imaginario cacerolero
construido por los medios, la culpa del aumento de precios lo tiene Cristina,
que, en lugar de hacer crucigramas antes de dormir, se entretiene remarcando la
lista de los productos de mayor consumo. Ni
una crítica hicieron los popes del sindicalismo a las empresas nacionales y
multinacionales con ganancias extraordinarias que adornan con cifras de miedo
las góndolas de los supermercados. Con los patrones no se metieron, ni
siquiera para disimular tan infausta alianza destituyente.
Sin embargo, el programa Precios Cuidados se ha
convertido en una bandera, no sólo para los que quieren resguardar sus
bolsillos, sino también para los que quieren transformar en serio la cadena de
comercialización y frenar la angurrienta
pulsión de muchos de sus actores. Ahora se está acordando la inclusión de
productos para celíacos y artículos elaborados por pequeñas y medianas
empresas. Gracias a esta artesanía política, se espera que el IPC de marzo sea más bajo que el anterior, como
una muestra más de que es posible controlar la inflación sin apelar a las
recetas neoliberales que sólo aconsejan medidas monetaristas.
Una paradoja más de esta protesta organizada por
las CGTs opositoras: entre sus reclamos, el trabajo no registrado, que alcanza
el 33 por ciento. Si bien es razonable que representantes de los laborantes se
preocupen por la informalidad, algunos
de sus convocantes tienen sus calzones
manchados. Los sectores que
lideran Luis Barrionuevo -el gastronómico- y Gerónimo Venegas –el rural- son
los que presentan un mayor porcentaje de afectados por tal situación. A pesar
de eso, en lugar de denunciar a las empresas que se benefician con esta acción,
destinan sus envenenados dardos a La Presidenta. Por el contrario, se han convertido en empresarios que hacen
lo imposible para explotar a sus representados.
Más allá de este absurdo panorama, CFK anunció
un proyecto de Ley para promover el trabajo registrado y prevenir el fraude
laboral. Con esta iniciativa se prevé bajar los índices de informalidad a un 28
por ciento y castigar a los grandotes que gambetean sus obligaciones. Mientras los políticos de la oposición se
extravían en sus contradicciones y los medios dominantes dibujan las peores
catástrofes, nuestro país avanza por el sendero trazado en 2003. Quien no
reconozca esto, de una vez por todas que incorpore otros canales a su
instrucción. No es saludable detenerse a
cada paso para volver a explicar lo tantas veces explicado. Ahora es tiempo
de cosechar y diseñar la futura siembra, no para enloquecerse con las manipulaciones
y escaramuzas de los que quieren destruirnos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario