Que el Jefe de Gobierno Mauricio Macri utilice
como queja la residencia de una de sus hijas en San Francisco no habla muy bien
de la gente como él. En primer lugar, porque tiene una enorme responsabilidad en garantizar la seguridad y, si
no puede brindar esto a su familia, qué queda para el resto. En segundo lugar, no hay manera de saber si la joven
permanece en esa ciudad por miedo o por otras cuestiones. Además, la tasa
de homicidios de San Francisco es
superior a la de la CABA, por lo que el argumento queda, en cierta forma,
invalidado. Tal vez, la postura clasista del Alcalde Amarillo lo conduzca a
preferir un delito en inglés que uno en
castellano. Sobre todo porque lo pueden experimentar y, algo peor,
ostentar. Ostentación que incluye la
consigna de que todo lo que ocurre en el Primer Mundo siempre será mejor que lo
de estas tierras. Hasta los robos. Una mirada caprichosa que incluye la
necesidad de la venia de algún funcionario de ese país para cualquier
iniciativa criolla. Caprichosa y nociva, que incluye la visita permanente a la Embajada por parte de algunos exponentes
de la oposición con aspiraciones a la banda presidencial.
Pero el debate sobre la seguridad parece incluir
cualquier cosa, desde el pisoteo a las instituciones hasta el cipayismo. Y la
demagogia también, sobre todo la
punitiva, que inspira medidas grandilocuentes como si fueran pociones mágicas.
El Gobernador bonaerense, Daniel Scioli se dejó tentar para recuperar su imagen,
siguiendo el juego de los que consideran
la seguridad como una cuestión policial y carcelaria y piensan la Justicia sólo como un castigo. Arrinconado por la
agenda, el ex motonauta tomó medidas que podría haber tomado antes de que el
agua llegue al cuello. Esto, por supuesto, si consideramos que el accionar
delictivo está llegando a niveles alarmantes, algo que queda desmentido por numerosos datos estadísticos. Para
evitar cualquier confusión, hay que insistir con esto: nadie niega la comisión
de delitos, pero no se producen tantos como para declarar la emergencia.
La irrupción de Scioli en esta escena confirma
el pánico que se construye desde los medios. A la histeria virtual, responde con aspavientos reales. Poblar de
policías las calles no siempre garantiza que serán más seguras. A veces, puede resultar
todo lo contrario porque algunos agentes, más
que combatir, regentean los delitos. O cuanto mucho, aspiran a
dosificarlos. Algo que está muy lejos de las demandas de una seguridad en
términos absolutos, lo que significa garantizar que a ningún ciudadano le pase absolutamente nada en toda su vida. El
absurdo: un periodista opositor reveló, con vehemencia, que en nuestro país se
producen muertes. ¿Acaso esperan que
descubramos la fórmula de la inmortalidad?
Pero el Gobernador no se quedó en eso. Guiado
por la irritación ocasionada por la excarcelación del ya famoso ladrón de
relojes, prometió iniciativas para bloquear esas habituales decisiones de los
jueces. Más allá de las exquisiteces
jurídicas, no se puede pretender que las sanciones sean inmediatas. Tampoco
que se demoren tanto. En un caso sencillo, como un intento de robo con testigos
y reducción del delincuente, no debería tomar más de unas semanas arribar a una
sentencia. Y eso es lo que más enoja. A la sociedad parece no interesarle que empresas
exportadoras multinacionales tengan frenadas causas por evasión y contrabando, pero sí se exalta porque un simple ratero
no sea castigado al instante. Hace falta un poco de equilibrio para
repensar la Justicia.
Pese a todo,
siempre hay futuro
De más está decir que nada de lo que se discuta
en torno al tema debe incluir el linchamiento callejero como castigo exprés. Ni una sola duda debe haber al respecto.
Muchas veces, los medios de comunicación que hoy exhiben con placer estas
lamentables escenas de violencia han mostrado con espanto videos de
lapidaciones ocurridas en los países más demonizados. No lapidaciones
simbólicas o verbales, sino las que incluyen sangre y piedras. Un poco de coherencia antes de comenzar
este debate no va a venir mal.
Sin embargo, desde las redes sociales aparecen
páginas monstruosas que no sólo reivindican, sino que alientan palizas mortales a los que responden a la tipología
del delincuente. En una página de Facebook, llamada “Yo apoyo la justicia por mano propia”, hasta brindan consejos para
linchar, como "no le patees la cabeza al
delincuente. Pisale la muñeca y quebrale los dedos hacia arriba de las dos
manos. Con eso te asegurás que por más que Zaffaroni
lo suelte no podrá robar como por cuatro meses. Se llama arresto ciudadano,
es perfectamente constitucional, sobre todo en caso de flagrancia". Esto no
sólo muestra la bestialidad de los autores, sino la eficacia manipuladora de algunos medios y políticos de la
oposición. El juez de la Corte, un indiscutible exponente del pensamiento
jurídico internacional, aparece puerilmente demonizado como defensor de delincuentes. Una baratija aborrecible a la que sólo se
abrazan quienes no saben pensar por sí mismos o los que odian tanto que pierden
toda razón. Además, los autores mienten, porque los castigos físicos están
desterrados de nuestra Constitución. No es la única página de este tipo, pero todas son despreciables.
Imposible
convencer a esos individuos de que las cosas no se resuelven con golpes y
patadas. Tipos como los apologistas de la violencia poco entienden de derechos.
Con una lógica que está muy lejos de
construir un país con equidad, sólo buscan defender los privilegios de una
minoría rebosante de egoísmo. ¿Cómo explicar a estos sujetos los beneficios
de alguna medida de inclusión, si lo
único que quieren es el exterminio? Si a los que parecen delincuentes ellos
quieren destinar palos y machetes, no libros ni viviendas.
¿Cómo sostener ante estos individuos
desencajados una idea de justicia que vaya más allá del castigo? ¿Comprenderán
alguna vez que todos tenemos derecho a
una vida digna y que si muchos están lejos de ese estado no es por mala voluntad sino por la
continua succión de los poderosos, cegados de avaricia? ¿Entenderán que
muchas veces los derechos de la mayoría han sido pisoteados para sostener los
privilegios de una minoría?
La Justicia debe ser, sobre todo, una forma de
vida, un valor que abrace a todos los
que pisen nuestro suelo. Un espíritu que garantice que todos tengan mucho
más que lo esencial y que convenza a todos para contribuir a que el último de
los nuestros trepe por los escalones necesarios. Un sentido de justicia que
impulse que los menos favorecidos accedan a la vivienda, la educación y el
trabajo. Entonces sí podremos
diferenciar a los delincuentes ocasionales de los profesionales y diseñar
un sistema punitivo para los que no quieren saber nada con la ley.
Todo esto, por supuesto, para los que queremos construir un futuro enorme para nuestro país.
Los que sólo piensan con su ombligo seguirán con el ojo puesto en la inmediatez
mediática para incrementar el odio que ya desborda su corazón. No sospechan que
así se quedarán cada vez más solos.
Lo de Scioli es patético.El cura Molina , a cargo del Sedronar,hoy a través de su cuenta de Tweeter le pego para que tenga ...juaaaaaaa
ResponderBorrarMuy bueno. !
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