Mientras Ernesto Sanz se siente
presidente por haber nutrido el Luna Park, Mauricio Macri molesta a los vecinos con visitas y llamadas telefónicas como
principal estrategia para conquistar voluntades. En realidad, todos los candidatos de la oposición se están
preparando como si las elecciones estuvieran a la vuelta de la esquina y no a
más de un año de distancia. Eso no tendría nada de malo si no fuera por los
intentos destituyentes del Poder Fáctico, que
quiere desalojar al kirchnerismo para siempre. Y cuanto antes, mejor. Por eso, los que sueñan con vestir la banda
en diciembre del próximo año se muestran prestos a proteger sus privilegios en
el momento en que lo dispongan. Claro que, para obtener algún modesto lugar en
el podio necesitan creer que el oficialismo
agoniza, que hace todo mal, que estamos en crisis, que ya nadie quiere a
Cristina y demás fantasías alimentadas
por la prensa hegemónica. Si no creyeran en esto, la extensa campaña en la
que se zambulleron no tendría sentido y deberían
resignarse a cumplir las funciones
por las que fueron votados en las elecciones pasadas.
Alguno señalará que las
diferentes agrupaciones consustanciadas con La Presidenta también están
haciendo actos y presentando candidatos. Pero
los opositores empezaron primero: después de las legislativas del año pasado,
para ser más precisos. Además, la sustancia es diferente. La forma,
también. No es lo mismo convocar a una multitud para apoyar una trayectoria y
consolidar su continuidad que juntar miles de personas para que escuchen
insípidas consignas que sólo están en
contra y proponen generalidades descafeinadas.
Una frase de Sanz basta para
confirmar esta apresurada hipótesis: "somos
los que tenemos que construir una nueva mayoría política y liderar este cambio
de época que Argentina necesita para volver a ser un país próspero, justo,
decente, confiable y respetado". El
cambio de época que pretende liderar es más una imperiosa necesidad de una
minoría que un sentimiento de la mayoría. Los cinco calificativos que
propone para el país pueden resultar tentadores si estuvieran acompañados de
algunas aclaraciones: en política, ya no
es posible proponer una meta si no se explicita el recorrido. Y además,
algunos de esos términos son un poco ambiguos, por no decir todos. ‘Próspero’ y
‘justo’ no significa equitativo. ‘Decente’ es tan caduco y cargado de moralina que no vale la pena elaborar una
denostación. ¿Qué es un país decente?,
podría uno preguntarle, si la intención fuera desbaratar un discurso
marketinero. ‘Confiable’ ¿para quién y
para qué?, sería la principal duda. Y la mejor manera de construir un país
‘respetado’ es defender con firmeza su
soberanía, algo que el candidato no ha demostrado en el conflicto con los
buitres. Y no es el único.
La
potencia del tercer capítulo
En las antípodas de este solemne acto podríamos ubicar la
convocatoria de Nuevo Encuentro en el estadio de Atlanta. El tercer episodio de la movilización kirchnerista no se ha quedado
atrás en comparación con sus predecesores. Cuando el oficialismo -en
cualquiera de sus versiones- convoca a la tropa,
siempre levanta polvareda, algo que desespera a los succionadores y sus acólitos, que sueñan con ver repudiados y en
soledad a todos los integrantes del Gobierno Nacional. Ese es su sueño, pero la
realidad es la pesadilla: esta fuerza
política es la única que mantiene una adhesión superior al 35 por ciento y exhibe
la capacidad de convocar a multitudes exultantes y festivas. Lo que se
niegan a admitir es que el proyecto es lo que entusiasma y no el candidato de
turno, aunque sea Daniel Scioli. Y lo que más arruina su aparato digestivo es
que Cristina mantenga una altísima
intención de voto, algo insólito en un presidente que está a punto de
terminar su segundo mandato. A no asustarse: esto no significa operar una
modificación constitucional que habilite un tercer mandato, algo que, a esta
altura, sería forzar la construcción de
un mamarracho institucional. Aunque dan ganas, para desalentar tantas
vociferaciones mediáticas.
“No nos sentimos aliados del kirchnerismo –aclaró Carlos Heller,
diputado por esa fuerza política- somos
parte del kirchnerismo”. Esta es una definición importante, en contraste con las multifacéticas
alianzas de las frágiles fuerzas opositoras, que mutan de nombres e
integrantes con cada cambio de temporada. Una
cosa es inventar una marca rimbombante con forma de salvavidas y otra converger
en un proyecto de país cada vez más evidente y poderoso. Quienes expresan
júbilo en cada convocatoria K ya gozan de una parte de la nación soñada y
pugnan para que sean cada vez más los
jubilosos.
Cuando Martín Sabbatella apareció
en el escenario, lo pobló como si fuera un gigante. De intendente modelo para
el establishment pasó a ser un enemigo público cuando asumió como presidente
del AFSCA, encargado de aplicar la ley que desmantela los monopolios
mediáticos. Ni bien se acercó al micrófono, comparó “la alegría de los militantes” con
“la bronca y el odio que está del lado de
los que pierden privilegios”. Y,
como se viene vislumbrando cada vez más, advirtió que “los buitres de afuera y los buitres de adentro vienen por las conquistas
porque no se bancan no decidir más”. Sabbatella no está hablando de
desposeídos que luchan por mejorar su situación, sino de multimillonarios que, además de aumentar sus fortunas, quieren gobernar
en su propio beneficio. Pero dejemos esto para el final, que promete ser
potente. Una definición de Sabbatella puede ser la síntesis de lo que los
agoreros no quieren comprender, aunque los enloquece. “El kirchnerismo no es sólo el presente, no es sólo un momento
pasajero. Es una identidad que construyó un sentido de pertenencia”.
Esto no es exagerado: los logros y derechos conquistados no sólo
alegran a los beneficiados, sino que se convierten en patrimonio de todos.
Por eso será muy difícil que los que prometen la Restauración Neoliberal
alcancen La Rosada, por más que se disfracen de inocentes conejitos. El país normal, decente, unido que proclaman los
opositores no es más que un retroceso a
los tiempos en que las elecciones no eran más que una formalidad. Sin
dudas, los integrantes del Círculo Rojo extrañan a aquellos presidentes que oficiaban de mayordomos o
gerentes de sus destructivos negociados. Ahora que no pueden designar a los
funcionarios, están al borde de la hidrofobia.
Y cuando empiezan a difundirse
sus chanchullos se desesperan, aunque muchos jueces y funcionarios brinden una
indignante protección. Las cuentas no declaradas en el extranjero, la fuga de
divisas, la evasión impositiva y el aumento indiscriminado de los precios son algunas de las modalidades que toma el
latrocinio. En fin, algunos privados tienden a succionar más de lo que les
corresponde. Ya estamos entendiendo de qué lado tiene que estar el Estado para
moderar esa tendencia hasta su mínima expresión. Eso es lo que la mayoría defiende y es lo que, sin dudas, va a elegir
en las próximas elecciones. Como falta tanto tiempo, tenemos la posibilidad
de divertirnos con los diferentes disfraces que elige la oposición para
convencernos de que son los mejores. Que
quede claro: divertirnos, pero no confundirnos.
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