La
explosión radial de Jorge Lanata contra la oposición, ¿fue una catarsis o una
simulación? ¿Una presión o un tirón de orejas? ¿Una convocatoria a la rebelión o un monólogo de impotencia?
Insultos, descalificaciones y falsas alarmas con una violencia excesiva. ¿Qué
tipo de público merece algo así? ¿O buscará despertar en sus oyentes una
tendencia al suicidio colectivo? ¿Es para tanto lo que estamos viviendo? ¿O
será que cree en sus propias fábulas? Como sea, con sus exabruptos habrá dejado
más de una medialuna en el garguero. A cinco años de la sanción de la Ley de
SCA, todavía queda pendiente un serio debate sobre el rol del periodismo. El que muchos practican a diario, seguro
que no es. Más que informar al público, lo machacan con operaciones,
paranoias y manipulaciones. ¿Qué ha aportado Lanata con sus denuncias
domingueras, más que alimento para los buitres? Pero subyace algo más grave en
su violenta intervención: algo espera
que hagan los miembros de la oposición y no es, precisamente, lo que están
haciendo.
"Toda la oposición junta no junta un
balde de bosta”,
estalló, con desesperación. En eso, tal vez podamos coincidir, pero por motivos
diferentes. Si los opositores no logran construir alternativas para alcanzar la
alternancia es, precisamente, por estar
detrás de la agenda hegemónica y atender los enloquecedores requerimientos del
establishment. Por eso parecen pensar todos más o menos lo mismo, porque
buscan satisfacer a una minoría históricamente satisfecha. Pero no es eso lo
que plantea Lanata con su frase de póster. Ni él ni sus patrones están
pensando en ideas, sino sólo en un apelotonamiento
de candidatos que logre desterrar el kirchnerismo para siempre. Y más grave todavía, lo más rápido posible,
sin importar que falte un año para las elecciones presidenciales.
Después
de manifestar su desprotección –expuesto a “que
lo garchen o lo caguen a tiros”, con esos vocablos tan periodísticos-
propuso ver “qué carajo hacemos con este
país. Y si no vámonos y dejemos que los tipos asuman y cambien todo y listo”. Muy
rica esta seguidilla verbal. El
periodista se refiere a Argentina con una ajenidad que alarma. Cuando uno
plantea una duda en esos términos es porque el objeto de referencia es candidato
al contenedor. Pero la última parte es más sugestiva: los tipos ya asumieron hace más de una
década y han producido muchos cambios, refrendados en las urnas muchas veces. Y
por último, ¿quién es ese ‘nosotros’ que
decide sobre la asunción de las autoridades democráticas? ¿Se dirige al
público, a la oposición o a los poderes fácticos, tan críticos de la democracia
cuando no es funcional al llenado de sus arcas?
Este
nuevo lanatismo no llamaría la
atención si no estuviese ligado a la adecuación de oficio del Grupo Clarín,
decidida por la AFSCA. El periodista está alertando a los que acechan –y asechan-
desde sus oscuras madrigueras. Si logran
desmembrar al Grupo Clarín, los integrantes del Círculo Rojo estarán expuestos
a cumplir con las leyes. En realidad, más que un profesional de prensa,
parece un general convocando a sus soldados, debilitados y cercados por la
fiereza del enemigo. Por eso, al día siguiente, embistió duramente contra los
empresarios, quizá porque algunos están
aceptando las propuestas del Gobierno y otros están empezando a blanquear sus
números.
Guardianes y falderos
Pero
lo más llamativo de este nuevo episodio es que algunos de los insultados,
basureados, prepoteados, respondieron
con un pedido de disculpas, dando la razón a los dichos del ex periodista. Lejos de reforzar los
lazos con sus representados, Binner y Sanz aceptaron las reprimendas y fueron,
sumisos, a recibir nuevas órdenes. Y prometieron
derogar todo lo que pone en riesgo los privilegios patricios. Si la
Revolución fusiladora se propuso
desperonizar el país, los que se sueñan sucesores se comprometieron a deskirchnerizar
el futuro. Diputados y senadores
que renuncian a co-gobernar desde sus bancas y se someten a ser gobernados por las corporaciones.
El abandono de la Política en su máxima expresión: estos eternos candidatos asumen el rol de mayordomos en la mesa de los
Grandotes.
Un
papel servil que los impulsa a pisotear todas las instituciones. Una decisión
errada porque, en lugar de contribuir a
limitar el Poder que los condicionará en el futuro, alimentan las angurrias
de los que se quieren quedar con todo. Además, resulta poco democrático eso de eliminar leyes a mansalva, como si fueran
alimañas perniciosas, cuando en realidad no lo son. Evidentemente, no advierten
que los miembros del oficialismo tienen
tanta legitimidad democrática como los de la oposición.
Pero
nada es casualidad: la catarsis de
Lanata sólo es comprensible en relación al recrudecimiento del conflicto con el
Grupo Clarín. No fue una sorpresa para
sus integrantes el rechazo de la AFSCA al plan de adecuación, con
vinculaciones cruzadas entre dos unidades de negocio y condiciones de venta
inaceptables para las cuatro restantes. Ese
plan fue elaborado para ser refutado porque ningún bufet de abogados puede
cometer tantas torpezas. No hubo un intento de engañar a los funcionarios
del directorio del organismo de aplicación de la ley, sino una provocación para agitar el ambiente y amontonar a la oposición
en defensa del monopolio.
Cinco
años han pasado desde la sanción de la LSCA y todavía no ha podido lograr su
principal objetivo: debilitar la
posición dominante para que haya una distribución más equitativa de la palabra.
Durante cuatro años, los artículos más importantes estuvieron congelados por
nefastos artilugios judiciales. El año pasado, los Supremos sentenciaron su
constitucionalidad en todos los aspectos que propone y, por tanto, no hay más
excusas para la adecuación de los grupos que exceden el número de licencias
permitido. Y sin embargo, el Grupo
Clarín vuelve a sus tretas habituales de victimización manipuladora y los
peleles de la oposición regresan al humillante papel de cancerberos. En
realidad, de falderos lamedores, porque no dan para más.
A
no desanimarse: cinco años no es nada para la Historia. Apenas un suspiro. Nada, en comparación con el desafío que
tenemos por delante. No es fácil desplazar el sentido común destructivo que
se instaló en la dictadura y se reforzó en los noventa de la mano del Infame
Riojano. Una ley no puede desterrar por
sí sola tamaña colonización de las conciencias. Apenas sirve para legitimar
las posiciones que hemos sostenido durante tantos años sobre la hegemonía
comunicacional. Esta norma sólo reordena el mapa de medios y abre la
posibilidad de nuevas voces. Pero también hacen
falta nuevas orejas, dispuestas a abandonar la agenda que enloquece las
cabezas a las que están adheridas. Algo de eso está pasando: la exasperación de
Lanata lo demuestra. No falta poco, pero
estamos en camino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario