Ni bien se conoció el resultado de las elecciones
en Bolivia, los agoreros locales
comenzaron a arrojar su conocido estiércol: ahora se va a eternizar en el poder y si alcanzó esas
cifras fue porque realizó un guiño al
empresariado. Si uno se atiene a las declaraciones de Evo Morales, más que guiño hay palazos. Su prédica
contra el Imperialismo y a favor de la nacionalización de la economía no ofrece
fisuras para el pensar neoliberal. Claro, lo que pasa es que los analistas vernáculos no saben cómo
descifrar el éxito de una fórmula que contradice su constante prédica ortodoxa.
Lo que más temen es al efecto contagio y que este aluvión populista que creían pasajero se
convierta en el camino definitivo para que la región alcance el nivel de vida
que sus pueblos merecen. Encima, con la unánime condena a los fondos
especuladores y las nuevas voces contra el libertinaje de los mercados, el
contexto no es favorable a la restauración noventosa. El colmo de los colmos lo
aportó la Real Academia Sueca, al otorgar el Nobel de Economía a un
investigador francés que propone regulaciones para los más grandotes. Sin
dudas, este siglo que todavía es nuevecito promete
trastornar las estructuras conocidas en el orden mundial.
Por eso no debe llamar la atención que los que más protesten sean los más
acaudalados. De alguna manera, se la ven venir. Si el Mundo parece a punto
de estallar es porque la desigualdad está alcanzando niveles intolerables. Ya
no basta con que blanqueen su conciencia con fundaciones caritativas, cuyo fin
principal es obtener quitas impositivas y no reparar el daño que producen a su
paso. Si gran parte de la riqueza está en pocas manos, la única forma de alcanzar la equidad es reprimiendo sus apetencias y
organizando una gradual devolución de lo extirpado a la mayoría de los
terrícolas.
En lugar de la restauración que proponen los
candidatos opositores, verdaderos derogadores
seriales, habría que profundizar los
cambios para que los enquistados en la punta de la pirámide sean los que más
contribuyan. El modelo del derrame ha demostrado todas sus falencias y la
libertad de mercado provoca la opresión de la mayoría. Como ya descubrimos que
se quieren quedar con todo sin medir las consecuencias, es necesario ponerles
un freno. Y siempre es bueno empezar por
casa. En estos meses, el oficialismo convirtió en realidad la ley de
Defensa del Consumidor, que incluye herramientas para humanizar la tasa de
rentabilidad de las empresas más grandes. Cifras de miedo que superan el cien
por ciento. Un abuso de poder cercano al
saqueo. Pero no se quedan en eso, sino que apelan a todas sus tretas para evadir, acaparar, triangular, fraguar,
engañar.
La nueva norma elimina las penas carcelarias y sólo
propone multas para aquéllos que traten de burlarla. Pero el escarmiento no
debe quedar ahí, porque plata es lo que les sobra. No hace falta retomar la
cárcel, como establecía la vieja ley de los setenta. Más que un castigo, hace falta una experiencia. Con las nuevas
tendencias mediáticas, podría diseñarse un interesante reality: especuladores,
formadores de precio y evasores empedernidos sometidos a la vida cotidiana de un asalariado durante un mes, para que
reparen en las consecuencias de su avaricia. El malviviente y su familia, deben vivir en una casa normal sin
servicio doméstico, sin tarjetas ni celulares ilimitados, seguidos a toda hora
por múltiples cámaras. Todo transmitido
las 24 horas para constatar que no hagan trampas: escuela pública, hospital,
colonias de baño, perfumes truchos y ropa de saldo. Así lograremos que
abandonen esos instintos que han adoptado de los bichos predadores y
carroñeros. Y tal vez, se vuelvan más solidarios o, en su defecto, menos destructivos. O por lo menos, que
dejen de llorar tanto.
Una obra
de todos
Nuestra contienda con los fondos buitre disparó una
mirada diferente sobre el mundo financiero internacional. Hasta el FMI considera
que hace falta revisar las normas para
que tengan algunos límites en su voraz accionar. En la Reunión Regional
Americana de la OIT, que se está realizando en Perú, el Director General, Guy
Ryder, destacó la necesidad de “revisar
la relación entre las finanzas y el mundo del trabajo. El sector financiero debe estar al servicio de la producción y no de la
especulación. Esa premisa no se respeta en el caso de los fondos buitre”. Y
después, señaló un camino: “las
condiciones macroeconómicas, como la
existencia de demanda y la promoción de la inversión productiva, son
factores determinantes para mejorar la productividad y la competitividad”. Esto
es, sin dudas, el programa que intenta aplicar el Gobierno Nacional desde 2003
y que, si no fuera por la resistencia
del Círculo Rojo, estaría dando mejores resultados.
Para reforzar la postura anti-buitres, los miembros de la Academia Sueca otorgaron el Premio
Nobel de Economía al francés Jean Tirole, “uno
de los economistas más influyentes de nuestra época”, justificaron. A no entusiasmarse que no es Kicillof,
pero propone “la regulación de los
sectores en los que pocas empresas
poderosas forman oligopolios o monopolios”. Los Académicos explicaron
que "muchos
sectores industriales están dominados por un pequeño número de grandes empresas
o por un monopolio. Si no se regulan,
esos mercados producen a menudo resultados indeseables, como precios más
elevados que los generados por los costes, o empresas improductivas que
sobreviven bloqueando el acceso de otras nuevas o más productivas".
Este
es un paso interesante que el
kirchnerismo sólo ha intentado en el terreno mediático y la lucha sigue
siendo tan ardua que no dan ganas de emprenderla con otros sectores. Sin
embargo, parece tan necesario aceptar el desafío. Si bien la contienda con Clarín
absorbió mucha energía, ha dejado al descubierto quiénes son los enemigos del
país. Además, que los más poderosos de la economía se hayan abroquelado en su
defensa es un indicio de su trascendencia. Algo así como “si cae Clarín, caen todos”.
Y
no es exagerado decirlo. Desde el unísono de sus medios, el Grupo sostiene el sentido común dominante que ha permitido que
se conviertan en lo que son: no empresas que obtienen un beneficio con los
productos que ofrecen, sino vampiros
dispuestos a succionar hasta la última gota. También, abrir la puerta para
invitar a otros parásitos al banquete. Entonces, habrá que reforzar los
cerrojos para que los succionadores no puedan ingresar. Después, empezar a implementar medidas para contener
a las bestias que invaden el escenario. No sería mala idea comenzar a
desglobalizar la economía. O por lo menos, hacer
que sus actores sean más identificables y así, más controlables. Hay mucho
trabajo pendiente y no podemos entretenernos con las volteretas de los
opositores. Ahora que nos hemos convertido en los guionistas de esta obra –el sueño
de un país inclusivo- debemos encontrar al
mejor director para que la ponga en escena y la convierta en la más exitosa de
la temporada. De ésas que merecen premios.
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