Desde que
Poliarquía, la consultora preferida del diario La Nación, dio a conocer la adhesión del 40 por ciento al gobierno
de CFK, la oposición se encuentra alicaída y más aún con la continuidad de
propuestas progresistas en los países vecinos. Como si supieran que de ninguna manera podrán frenar el avance del populismo que tanto desprecian.
Encima, están en una encerrona: si estos personajes escapan un poco del menú
neoliberal que exige el Círculo Rojo, son tildados de kirchneristas y se
arriesgan a padecer el ostracismo
mediático. Nada más inverosímil que escuchar a Mauricio Macri prometiendo
mantener lo que hace un par de semanas aseguraba eliminar de alcanzar la
presidencia. Y no es el único que se
deja llevar por las turbulentas aguas de la incoherencia. El oposicionismo
patológico hace aguas por todos lados y si no se abocan a elaborar propuestas
serias, apenas lograrán captar el exiguo
voto cacerolero. Y ese puñado de individuos quejosos apenas alcanza para
conquistar la alcaldía de la CABA, no para gobernar un país. Tal vez ése sea el
problema: que la mirada está siempre
posada en el ombligo del mundo y no
avanza mucho más allá del obelisco.
Para obtener unos
minutos de cámara, estos eternos candidatos deben pagar un precio muy alto:
decir cualquier cosa –por más absurda que sea y con la mayor seriedad posible-
que pueda parecer el bombazo
definitivo contra Cristina y su equipo. Demoler, asustar, demonizar. Lo que sea para que quede claro que todo lo
que haga el Gobierno Nacional está mal o fuera de tiempo. O deslegitimado
por la pérdida de poder de La Presidenta. Según ellos, por supuesto. Desde las
elecciones legislativas del año pasado trataron de instalar la idea de la
transición y tanto insistieron con la
falacia que al final se la creyeron. Claro, también tuvieron que fantasear
con la derrota en las urnas del oficialismo, aunque, en realidad, con el 35 por
ciento, se consolidó como la fuerza
política más votada en todo el país.
Pero a los periodistas
y políticos opositores el país no les
importa: les interesa la gente, un reducido núcleo de habitantes de
Buenos Aires y algunos barrios cerrados de los alrededores. Ante los micrófonos
balbucean que están consustanciados con los problemas de los argentinos, pero sólo mencionan chismes de cócteles y
demás malicias de salón. Si no vistieran trajes, más que políticos con
representación, parecerían viejas
chusmas que intercambian críticas sobre la vecina de enfrente, a la que
admiran hasta el odio.
Como obedecerán a
rajatabla los planes del establishment, no necesitan malgastar el tiempo en elaborar programas de gobierno. Pero, para simular que hacen algo por la
República, asisten a cuanto programa televisivo se les cruza por la vida
–siempre opositor, claro está- y vuelcan sobre los micrófonos las más
alucinantes lecturas de la realidad, basadas, por supuesto, en titulares leídos
en el camino. Un reciclado de chimentos
en medio de un grotesco engendro que ellos consideran periodismo independiente. Tan difícil el
trabajo de parecer serio diciendo tantas tonterías que a veces deben esquivar
las ideas complejas para volcarse al sencillo denuncismo. Y hasta eso les sale mal.
Hace un tiempito,
la legisladora porteña Graciela Ocaña denunció al presidente de Aerolíneas
Argentinas, Mariano Recalde, por haber omitido una propiedad en su declaración
jurada. Ocaña paseó su heroísmo y
sagacidad por todos los medios opositores con la sola prueba de un recibo
municipal con el nombre del funcionario. Hasta sus aliados la desmienten. Todo era un error de impresión y la administración porteña tuvo
que presentar las pruebas ante el juez Daniel Rafecas. Una representante de los
ciudadanos debe tener la responsabilidad
de chequear los datos antes de destilar su veneno. Más aún en un caso tan
sencillo, pues sólo era cuestión de consultar en el Registro de la Propiedad.
Ahora, la denunciadora deberá fumarse una
causa por fraude procesal, iniciada por el denunciado. Si ella y los demás pensaran la política desde la política y no
desde los requerimientos mediáticos para
satisfacer las angurrias de una minoría, nada de esto pasaría. Hasta
parecerían una oposición seria y todo.
La República televisiva
Tan
desconcertados están porque los números no los favorecen, que hasta un K sub doce los desespera. Después de la repercusión
obtenida por Casey Wonder, el niño de once años que asistió a homenajear a
Néstor Kirchner y fundamentó su adhesión
ante un par de cronistas, tal vez comenzarán a preocuparse en serio. Una
cosa es pedir el paso al costado del vicepresidente cuando las cámaras están
encendidas y otra frenar el semillero que estos diez años han sembrado. Los tartamudeos a coro con el entrevistador
quedan más torpes cuando se los compara con la solidez conceptual del escolar
militante. De alguna manera aprovecharán el episodio, pero no en un sentido
saludable, auspicioso y maduro, sino en
el que demanda el lenguaje mediático. Seguramente comenzarán a buscar entre
sus filas a algún purrete que pueda imitar a Freddy Mercury sin tragarse el
bigote o que logre decir diez palabras seguidas sin papeles ni sopladores. Y si
no lo encuentran, ya aparecerá un
explosivo informe dominguero que denunciará la existencia de una bóveda en
donde el muchacho guarda sus tesoros mal habidos en su infancia. O saldrá
un constitucionalista a exigir que Casey muestre su cuaderno de sexto grado y
la carpeta de dibujos de pre-escolar.
Mientras tanto,
de cara al futuro, lo más serio que se
les ocurrió a algunos presidenciables de la oposición fue firmar un compromiso
para debatir ante las cámaras de TN el año que viene. Scioli rechazó la
iniciativa y esto es auspicioso. De
ninguna manera una corporación puede aparecer como garantía republicana, porque terminará condicionando la democracia.
En la cueva del Dragón, la firma de un contrato significa la entrega del alma.
Pero como estos saltimbanquis están en oferta, ya no tienen reparos en regalar lo poco que les queda de dignidad
con tal de recibir una cálida sonrisa del siniestro amo.
Sin atender a
estos divertidísimos sainetes, el
Gobierno Nacional sigue gobernando, como corresponde. Los nuevos códigos,
la ley de hidrocarburos, de defensa del consumidor, la propuesta para convertir
la circulación digital en servicio público son
algunos indicios de que la cosa funciona. Si fuera por ellos, estaríamos
esperando un milagro, como el que suplicaba De la Rúa en uno de sus patéticos
discursos. Pero la magia no nos ha
traído hasta aquí, sino el trabajo y la convicción. Tanto avanza el
oficialismo en este camino de reconstrucción, que los saboteadores no alcanzan
a poner piedras para dificultar el paso; apenas pueden tirar unas bolitas de
estiércol con algo de pestilencia. Ni eso resulta efectivo, porque las flores que sembramos ya están comenzado
a destilar su perfume y contrarrestan cualquier hedor que provenga de los
lados más oscuros del camino. Sólo así llegaremos a ese país de sueño que tantas veces nos han prometido y que desde hace
un tiempo ha comenzado a convertirse en realidad.
Muy buen articulo !!!
ResponderBorrarARBARO EL ARTICULO IMPERDIBLE
ResponderBorrarMuchas gracias por los elogios. Un mimo siempre viene bien en un finde lluvioso. Abrazo
ResponderBorrarmuy bueno!
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