Una promesa no debe evaluarse
en relación con la verdad, sino con las
posibilidades de su cumplimiento. Que alguien nos prometa un par de alas
para revolotear por el parque podrá ser encantador, pero, por ahora,
incumplible. En cambio, cuando Néstor Kirchner anunció la soberanía satelital,
allá por 2006, además de encender
nuestros corazones, nos invitó a participar de un sueño. Cuando
despertamos, el Arsat I voló más alto que la inflación opositora para instalar la celeste y blanca entre las
estrellas más brillantes. Néstor también había prometido la recuperación de
nuestra autoestima, y a eso estamos llegando, a pesar de los graznidos
amenazantes y los picotazos que nos asestan a cada paso. Y vamos a seguir
llegando, aunque los candidatos
opositores prometan la Revolución
Derogadora. Algo nunca visto:
sólo proponen desandar el camino y volver al punto de partida, como si la construcción del país fuera el
Juego de la Oca. Como si fuera posible el récord del Frente Renovador, que,
de alcanzar Massa la presidencia daría de baja a unas 150 leyes. Una promesa de
campaña condenada a no ser cumplida y que sólo
sirve para conquistar las simpatías del establishment, verdaderos jefes
políticos de este tipo de candidatos.
Esos que, como niños
encaprichados, desprecian y denuestan lo que son incapaces siquiera de planear.
El Jefe de Gobierno porteño, el ingeniero que compró coches de subte que no
entran en los túneles y que hace y deshace estaciones de Metrobús, consideró que el Gobierno Nacional malgasta
dinero en empresas satelitales que no funcionan. Tan mal funciona Arsat
–sociedad anónima del Estado argentino- que ya puso en órbita el primer
satélite diseñado y ensamblado con ingenio nacional. El otro de los candidatos,
no el neo-patricio Macri sino el mayordomo Massa, consideró que esto es como
poner una heladera en órbita. Una
heladera de tres toneladas y dimensiones considerables. Los demás postulantes al casting opositor evitaron hablar del tema
porque no encontraron nada malo para decir, y así, no vale la pena abrir la
boca.
Para enfermar más a los agoreros,
el lanzamiento salió como estaba previsto y la demora se debió a dificultades
no del satélite argentino sino del Intelsat, el norteamericano. Nosotros, vírgenes en estas cuestiones,
teníamos todo en orden y ellos, que son veteranos, tuvieron algunos apuros.
Ni la impuntualidad aparece como excusa para reprochar a este momento histórico.
Porque aunque traten de minimizarlo, esto es así: hemos ingresado al grupo de los ocho únicos países con capacidad para
fabricar satélites geoestacionarios. Y se vienen dos más en los próximos
años. Si en 2001, cuando la vida de
la mayoría de los argentinos estaba desbordada por la angustia, cuando ni
siquiera había asistencia para los más necesitados, cuando la crisis penetraba
por cada uno de los poros, alguien
prometía algo así, se hubiera convertido en el humorista del siglo. A trece años de esos dramáticos momentos,
el Arsat I nos mira desde el cielo, como si fuera el sol de la bandera.
Rastreros
vs voladores
Claro que una mayoría
empobrecida no podría aplaudir algo así. ¿De qué sirve la capacidad de un
Estado para fabricar satélites si no puede garantizar las necesidades básicas
de los ciudadanos? Esto es lo que
intentaron construir los medios hegemónicos en los días previos al
lanzamiento, con los números de la informalidad, la falta de medicamentos para
enfermos de VIH y demás delicias
destructivas. Infaltable, el IPC de los opositores, que siempre es el doble del que anuncia el INDEC. O más, si los
resultados de las encuestas electorales que ellos mismos contratan no resultan
favorables. Todos –es decir, apenas unos pocos que apuestan al fracaso-
esperaron una explosión, una falla o al menos una postergación como excusa para recitar sus habituales
diatribas hacia nuestro país. Pero, con unos minutos de demora que
suspendieron la respiración de millones, el Arsat I surcó los cielos con un
salto más ovacionado que un gol de la Selección. Como satélite, heladera o lavarropa, hoy te convertís en héroe.
Antes de alcanzar el espacio,
el proyecto K decidió recuperar un país. Ese país que quieren romper los derogadores seriales, ésos que prometen el
paraíso pero no para todos, sino en beneficio exclusivo de una minoría
privilegiada. Y si no, ¿a qué otra cosa apunta la eliminación de las
retenciones, del impuesto a las ganancias, de los controles cambiarios y del
comercio exterior? ¿O a quien enriquecerá el ajuste que prometió apoyar el
camionero Moyano, que ya no encuentra GPS que lo re-posicione en su órbita?
Además, los que ametrallan con
derogaciones saben que no cumplirán con sus promesas. Primero porque para
eso hay que conseguir mayoría absoluta, algo
que ninguna fuerza política tiene garantizado, ni siquiera el oficialismo.
Por ahora. Segundo, porque no asisten
nunca a las sesiones del Congreso. ¿Cómo las derogarán, por mail, mensaje
de texto o twitter?
No es nada nuevo, pero gobernar es más hacer que deshacer. Y
si La Presidenta promete que va “a seguir
construyendo esta Argentina que estamos haciendo desde hace más de una década”,
es porque cumplirá su cometido hasta
el último día de su gestión y no como exigen desde el año pasado los contras, que se someta a una transición ordenada. Esto significa que deje de gobernar para
que sean otros los que gobiernen. Así no es, señores. Ya no. CFK no es de los que hacen la plancha, porque está
empecinada en ir “por más sueños, por más
trabajo, por más igualdad”. Seguir
avanzando, algo que detestan los detractores.
Además de satélites, hay un futuro que se construye: en
breve, los chicos de cuatro años estrenarán 500 nuevas salas para sumarse al
sistema educativo. Salas que serán construidas por 15 mil trabajadores nucleados en el nuevo plan Cooperar. Redistribución
del ingreso con todas las letras. El
Estado como principal garante de la inclusión. En realidad, el único porque
los privados se borran a la hora de generar nuevos puestos de trabajo o
remarcan los precios para apropiarse de la inversión que ellos no hacen. Ni
eso les pedimos ya, sino que dejen de enloquecer nuestros oídos con sus
constantes llantos.
En los noventa, los integrantes
del Círculo Rojo intentaron convencernos de que los privados eran los mejores para
hacer las cosas que hacían falta en el país. Y en parte, lograron hechizar a
muchos. Pero el Primer Mundo de
cartón pintado que prometía el Infame Riojano terminó incendiado apenas comenzado el nuevo siglo, con el
invalorable aporte del Chupete Volador.
Gran parte de lo que se destruyó en la última década del siglo pasado se reconstruyó en estos diez años de
kirchnerismo. Además, surgieron muchas cosas impensadas, como el
fortalecimiento de una soberanía que es
mucho más que un deseo. Pero la principal conquista –además de la insólita
e imparable ampliación de derechos- es la convicción de que sólo se puede alcanzar el país soñado con
un Estado fuerte y siempre presente para proteger a los más vulnerables.
Sólo así se puede volar alto, tanto como un satélite.
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