Un
multimillonario visita una villa para lo
que sea, entra en una casita humilde, observa las paredes endebles, la
precariedad, la escasez en todo. Conmovido,
estrecha manos, reparte abrazos, distribuye besos. Dolorido, se pregunta
cómo pueden llevar una vida tan miserable. Lo
que nunca se preguntará este empresario es la relación entre esa realidad tan
dura con las cifras que guarda en su cuenta bancaria. Jamás pensará que en
el proceso de acumulación en que ha basado su vida ha dejado un tendal de
realidades similares. Nunca se le ocurrirá considerar que su carrera por ocupar el podio de los más ricos es la principal
responsable en la producción de semejante desigualdad.
En
beneficio de la duda, quizá le han explicado las cosas de una manera diferente;
que los que no alcanzan su posición son
vagos o incapaces; que con empeño, trabajo y sacrificio cualquiera puede
enriquecerse; que la pobreza es inevitable; que la culpa la tienen los malos políticos porque no administran bien;
que la voluntad produce milagros. Tal vez crea
que el incremento de su fortuna podría,
en un futuro impreciso, terminar con un problema tan lastimoso.
Entonces,
pone su empeño en eso y hace lo imposible por multiplicar su capital al
infinito, aunque para eso deba apelar a
recursos que lo incomoden con su almohada. El sueño tarda en llegar porque
busca la manera de sacar el máximo beneficio de sus recursos, convencido de que
así, esa familia que visitó para lo que sea dejará de estar en esa situación
lastimosa. Gastar lo mínimo para ganar
lo máximo es su primordial mantra, aunque deba ahorrar en insumos,
infraestructura y salarios, aunque deba
cobrar sus productos mucho más de lo que valen. Ah, y evitar en todo lo
posible los impuestos, que considera sumas que se pierden en los laberintos del
Estado. Porque el Estado es su principal enemigo: una banda de sanguijuelas que trata de vivir a costa de su trabajo.
Mientras
este multimillonario guarda en su memoria esas imágenes tan cruentas –la de la
familia pobre- no abandona su suntuosa
vida: viajes, fiestas, mansiones, coches, yates, aviones. Y en ese contexto
publicitario –tan lejos de ese espantoso cuadro- comparte horas con sus pares, tan ricos como él y educados en los
mismos principios. Si surge el tema de la pobreza, saltarán las mismas
justificaciones desde distintas bocas, llenas de caviar y champaña añeja.
Y
podemos especular un poco más con la vida de este multimillonario que visitó
una villa para lo que sea: tal vez, una vez a la semana, asista a alguna
ceremonia religiosa y escuche al cura,
pastor o rabino que habla de pobres y una lágrima amenaza con resbalar por su
mejilla. Después, para atenuar su enemistad con la almohada, deja que un
par de billetes vuelen hacia la alcancía de las limosnas. En el camino a su
casa, donde lo espera un abundante asado dispuesto por sus amables empleados,
sigue pensando en esa familia, que seguramente tendrá poco y nada para nutrir
su mesa dominical. Lo mejor, piensa, será
que mi empresa siga creciendo.
La realidad es otra cosa
Este
multimillonario que visitó una villa para lo que sea puede ser un ingenuo acosado por enormes contradicciones,
que son desencuentros involuntarios entre el pensar y el hacer. Pero es un poco
difícil creer que el universo de los más ricos esté poblado por individuos tan
cándidos. En verdad, para alcanzar esas cifras de muchos dígitos, el abandono de la candidez debe ser
imprescindible. La mayoría de los multimillonarios –si no todos- son
conscientes del estropicio que producen a su paso. Conmoverse por las consecuencias de su crecimiento económico no es más
que hipocresía, pero convertir ese camino en programa político es puro cinismo.
Porque
el cinismo no es otra cosa que la justificación de la hipocresía. Un asesor
económico puede pensar que lo mejor para el crecimiento empresarial es la
devaluación de la moneda, eliminación de impuestos y aranceles, baja de
salarios y aumento de precios. Claro, estas medidas facilitarán la acumulación
del capitalista, pero sostener que ese
engendro va a beneficiar al conjunto de la sociedad ya es otra cosa. Suponer
que un país va a funcionar mejor con pocos ricos y muchos pobres es no entender
demasiado. Pero, si a la vez que se presentan estas demandas, aparece la
preocupación por los que menos tienen que
no se quejen si los calificamos como cínicos.
Sin
dudas, estamos en un momento crucial de esta historia que estamos escribiendo. Las máscaras siguen cayendo y no hay quién
las pueda sostener para ocultar esos siniestros rostros. Cada uno puede
pensar lo que quiera, pero que se haga cargo. La libertad de mercado no es una
garantía constitucional ni una verdad científica universalmente válida, sino una mirada ideológica sobre el
ordenamiento económico de los países. Una libertad que se convierte en
libertinaje cuando son unos pocos los que se quieren quedar con todo. El que está de acuerdo con eso que se ponga
de parte de los poderosos pero después no venga con lágrimas domingueras ni
fotos de niños desnutridos. El que apoya esta mirada individualista e
inequitativa de la distribución de la riqueza termina siendo un hipócrita si se
conmueve por la pobreza. Al neoliberal
no le importa el otro y menos aún si ya no le queda más jugo para succionarle.
Por
si alguien no está muy seguro de estas afirmaciones, que intente responder unas preguntas: ¿a quién benefician las
medidas expuestas por los economistas del establishment?; ¿aliviar la carga
impositiva de los que más tienen va a
mejorar la vida de los menos favorecidos?; ¿de qué manera aportará al
conjunto que eliminen tres millones de jubilaciones?; ¿cómo mejorará la vida de
todos que nos bajen el salario y a la
vez, nos aumenten los precios? Si logra responder con cierta lógica esta
serie de preguntas, debería hacerse una más: ¿por qué me conmueve y enoja un documental sobre la desnutrición infantil en el
Norte Argentino y a la vez me opongo a
los planes, apoyo a los poderosos y protesto porque le dan jubilaciones a
cualquiera? Y si sale indemne de ese interrogante, puede probar con una
última: ¿no seré un hipócrita con mérito
suficiente para ascender a cínico?
Describiste muy bien a Kristina, militonto, segui escribiendo asi que tu jefa te paga por palabra. Te lo digo de onda, pelado pocofollower!!!
ResponderBorrarhttps://nomadecosmico.wordpress.com/tag/cfk-miente/
Tu insulto me ennoblece. Al menos pongo mi nombre. No tengo jefa sino que escribo lo que siento y lo que me da la gana. No cobro ni un centavo. De paso, expongo mis argumentos con fundamentos. La proxima agresión la borro.
Borrar"Gastar lo mínimo para ganar lo máximo", toda una definición, toda una propuesta de vida; toda una manera de ver la vida, toda una manera de manejar a la gente.
ResponderBorrarna:::en qué categoría habría que poner a los hijos de millonarios, que, no por casualidad, Clarín a ordenado votar -parece que uno u otro da igual- en las próximas Noelecciones?
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