La escena es patética. Un triunfo ajustado que se quiere disimular
y un proyecto de país que se va modificando de acuerdo a los soplos del asesor.
Hasta los militantes del PRO se sorprendieron ante las volteretas discursivas
que Mauricio Macri brindó el domingo, después del balotaje en la CABA. ¿Cambiemos para continuar o continuemos
para cambiar? Y como siempre, la inconsistencia argumentativa, la ausencia
de datos, la manipulación constante, las promesas que, como todos saben, no
cumplirá. Una vez más, el Alcalde Amarillo advierte que no será presidente pero
en esta oportunidad no abandonará la
carrera: sus amigotes del Círculo Rojo no se lo permitirían. No lo será por
muchas cosas pero lo intentará, aunque
para ello deba disfrazarse de cualquier cosa, hasta de kirchnerista; aunque
deba apelar a las tretas más oscuras, de las que hacen piantar un lagrimón a los nostálgicos.
La semana pasada, los enemigos de la patria mostraron lo peor de sí mismos: la invasión a
Río Gallegos con tropas porteñas, la irrupción en el departamento de Víctor
Hugo Morales, la cautelar que posterga
la adecuación de Clarín a la Ley, el aval de la Corte Suprema a Cablevisión
para que no se presente en la Bicameral por las cuentas en Suiza y el tour de allanamientos de Bonadío antes
de la feria judicial. En pocos días
presentaron una síntesis bestial de su plan de gobierno: una Justicia
cómplice y funcional a los intereses de unos pocos, dispuesta a perseguir, avasallar, amenazar; fuerzas policiales al
servicio de la revancha por estos doce años K; patricios decididos a recuperar el país para gobernarlo como un feudo.
Eso pasó y el domingo saborearon una casi derrota.
Sonrisas forzadas y
saltitos contenidos, festejos ensayados en bambalinas, globos desteñidos y papelitos que caían como si fueran de plomo.
Rodríguez Larreta, con esa mueca que asusta, enumeró falencias con forma de
logros, cargado de cinismo, como siempre.
Y con esa diabólica extensión de su boca amenazó
con propagar la gestión amarilla a todo el país, como un villano que quiere
destruir el planeta. Esa alegría grupal era fingida, por si muchos no lo han
advertido. La peor victoria del PRO demuestra que, por un tiempo, ese club de amigos no podrá alejarse demasiado
del Obelisco.
El Mauricio Macri que
apareció en el escenario no era el de siempre: estaba demacrado, disminuido, doblegado. Hasta parecía tener un pañal que
abultaba sus pantalones en las zonas correspondientes. Un poco envalentonado
por los cánticos de fervor simulado, aprovechó el clima de flaco jolgorio para lanzar su candidatura presidencial. Aunque intentó mostrarse victorioso, su
discurso tuvo sabor a derrota.
La despedida de Macri
A tres semanas de la
instancia electoral más concluyente de los últimos tiempos, el FPV está bien
posicionado. Salvo que ocurra una
hecatombe o una epidemia de confusión en la ciudadanía, Daniel Scioli será
el próximo presidente. Más allá de la diferencia de estilo, el ex motonauta
tomará la posta para continuar con este proyecto comenzado en 2003. Por primera
vez en muchas décadas, la positiva imagen
presidencial sigue escalando a medida que se aproxima el fin de su mandato.
Las crisis pronosticadas están cada vez más lejos. Al contrario, como nunca la transición se producirá en
medio de una economía controlada, casi floreciente. Claro, habrá algunos
intentos de desestabilización pero de tan predecibles, no tendrán efectos
perniciosos. Y lo más importante, la
mayoría de los ciudadanos hemos comenzado a disfrutar las bondades de un país
inclusivo.
Por eso la idea de
cambiar todo no resulta muy seductora. Tarde se dio cuenta Macri de esta
particularidad. El baldazo de agua
helada en su propio territorio lo obliga a dar un torpe giro en su discurso.
Por un lado, el nombre de fantasía de su frente electoral, Cambiemos, casi lo desaloja de su bastión. Por el
otro, el oposicionismo patológico que guió su personaje en estos años ya no
tiene sentido. Ante el desconcierto de
sus seguidores, la continuidad es su lema. Si sus palabras fuesen sinceras,
estaría traicionando a todos los que aplaudieron sus prejuiciosas críticas
durante todo este tiempo. Además, para confundir a sus fans, ahora valora lo que antes denostaba.
Hasta no hace mucho prometía privatizar lo que se había estatizado. Como su
alucinado asesor está más preocupado en
ganar que en exhibir cierta coherencia, Macri debe asegurar que no cambiará
nada.
Según parece, será un kirchnerista con mejores modales.
Con la emoción de un molusco, el Líder Amarillo recitó las sandeces de siempre:
respetar al que piensa distinto y garantizar la libertad de expresión, pero sin cuestionar las operaciones mafiosas
desplegadas en los días previos que tenían como objetivo pisotear esos
derechos. La indisimulable hipocresía del que se sabe impune. Después de invadir una provincia con sus tropas,
ya debería estar despidiéndose de ocupar un cargo ejecutivo de por vida.
Pero no. Como buen
patricio, sabe que la ley no lo alcanza. Y
sabe también que puede ostentar su ignorancia a los cuatro vientos, como
cuando dice que “confiscaron YPF violando
la Constitución” o “vamos a trabajar
para que el Congreso apruebe la AUH”, cuando
ya es ley desde hace años y la movilidad fue aprobada la semana pasada. El
domingo, Macri renunció a la presidencia. Al decir que no cambiará
casi nada, está espantando a los de su clase. Con sus promesas de continuidad
no va a seducir a los que quieren la restauración neoliberal. Pero tampoco a
los que quieren la continuidad en serio, porque ya tienen quién los represente.
El discurso de Macri después del balotaje
fue su despedida, poco tiempo antes de iniciar una carrera que ya tiene perdida.
Hola Gustavo exprese en el anterior comentario acerte en hacerme los rulos me costo todo el almuerzo explicar a mi hija + rebelde la ventaja del voto y si no fuera x la izquierda boba hubiesemos ver caido el castillo de naipes y el acertijo y el guason eligieron el peeor de los caminos Abrazo
ResponderBorrarjpierantoni
Pero esto es mejor. La casi derrota de Macri y el casi triunfo de Lousteau los contiene a ambos.
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