El establishment, Clarín y sus acólitos tienen
razón: el kirchnerismo está haciendo
campaña con el miedo. Difundir quiénes son los economistas del PRO y lo que
harían de llegar al gobierno produce algo más que miedo; es revolver
un tonel de estiércol. Y eso, además de asustar, es por demás de sucio. Si
descubrir lo que hay detrás de los amables candidatos que han conquistado el
corazón de muchos argentinos es una campaña sucia, deberemos encararla para evitar que los votantes sean engañados.
Parece mentira que los que tienen el
poder para hacer saltar el país por los aires con corridas cambiarias,
desabastecimiento o estampida de precios, los que nos bombardean a todas horas con catástrofes no ocurridas y hecatombes
que nunca se producirán, los que calumnian a cuanto funcionario se cruce en
la mira, los que demonizan a militantes hasta la parodia se alteran porque consideran que revelar sus tretas es hacer
campaña sucia. En realidad, todos estamos sucios. Mientras siga existiendo un monstruo mediático capaz de mentir y
confundir el entendimiento hasta hacer ver como Heidi a Cruela de Vil todo
será sucio.
Que un personaje procesado por escuchas ilegales, con más de doscientas causas abiertas, perdonado por contrabando de autos, creador de una fuerza policial
para castigar indigentes, admirador del intendente Cacciatore -funcionario de facto que contribuyó al
patrimonio familiar- y que se enriqueció con nuestra deuda haya sido dos
veces Jefe de Gobierno porteño y sea candidato a presidente es producto de una suciedad constante.
Que ese mismo candidato represente sin
pudor intereses minoritarios y foráneos y a la vez logre el apoyo de más del 35
por ciento del electorado sigue en línea con la misma mugre. Estos medios se pasan la vida propalando miedos y ensuciando
nuestra vida y vienen a denunciar que el miedo y la suciedad vienen de otro
lado. De locos. ¿Habrá algún incauto que crea en esta nueva opereta que presenta como víctima al victimario de
siempre? ¿Algún televidente cautivo se sentirá indignado por esta nueva
ficción hasta poner su cacerola a
disposición de una protesta contra la campaña sucia? ¿Quedará algún mayor de 30 años que no vea al lobo
debajo de la piel del cordero?
¿O no es
campaña sucia que hablen de amar, ayudar, proteger cuando en realidad están pergeñando ajustes, devaluación y liberación
del mercado? Y ahora dicen que denunciar esto es meter miedo. ¿O no es
campaña sucia que quienes se opusieron a la estatización de los fondos en manos
de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF se
presenten como defensores de nuestros intereses? ¿O no da miedo que quienes dieron la espalda al
matrimonio igualitario, la fertilización asistida, la identidad de género, el
estatuto del peón rural y la prohibición del trabajo infantil se conviertan en garantes de nuestros derechos? ¿Qué artilugio
han utilizado para que confíen en Macri
como impulsor de la educación de calidad si no hace mucho protestó por “eso de poner universidades por todos
lados”? ¿Cómo creer que nos van
proteger quienes quieren abrir la tranquera para que se metan las más
hambrientas fieras? Si algunos se han dejado embelesar por las promesas
amarillas no es tanto por el histrionismo de los candidatos sino por la incesante campaña que desde hace
años ejecutan las propaladoras de estiércol.
El Grito Sagrado: Macri no
Si uno observa las tapas de Clarín desde finales del
siglo pasado hasta ahora, encontrará una
lógica que enfurece: generan el problema con rumores, presentan la
solución, que genera nuevos problemas
hasta que llega la solución propuesta por una nueva tapa que, a su vez,
generará nuevos problemas y así hasta nuestros días. La única diferencia es que
desde 2003, las tapas no condicionan las decisiones ni imponen las medidas. Sólo lo intentan. Ahora, el establishment que se escuda detrás de
esas portadas corea el nombre de Macri como la solución de los problemas
imaginarios que, una vez que asuma, se convertirán en problemas reales y
hartamente conocidos: desocupación,
explotación, exclusión, represión, recesión. No lo hacen de puro malos. Con
cada crisis, llenan sus arcas mientras
los demás quedamos boqueando. Ahora lo quieren hacer de nuevo.
Pero un clamor está recorriendo el país, una suave ventisca que está refrescando la densa
atmósfera pos electoral. Después de la atroz sorpresa de ese domingo, sobrevino
el desánimo. La tibia victoria tomó sabor
a humillante derrota. Los números habían enloquecido. Una noche sin dormir,
a la espera del dato que dé vuelta todo.
En vano. Dudas, explicaciones, rumores, excusas. El enojo de Aníbal Fernández
por la operación mediática en su contra intentaba
disimular su impotencia. Muchos le dicen “la morsa” a partir de esa fábula de Lanata representada en el
comedor de la diputada Elisa Carrió. Antes, no. Una evidencia del daño que
puede producir sobre una persona la patraña que se convierte en verdad. Pero puede producir un daño mayor cuando
incide sobre la decisión del votante. Si eso contribuyó a su derrota, hay que pensar seriamente nuestra
convivencia con los medios hegemónicos. Una batalla desigual en la que la
democracia puede terminar derrotada. El
bien común sometido al capricho de los titulares.
Entonces, comenzó a susurrar ese suave viento fresco
que se llevó el pesimismo y la desconfianza. Desde muy abajo y hacia todos lados comenzó a bullir una breve frase: Macri no. Pequeños y medianos empresarios, industriales y comerciantes encendieron
sus alarmas: serían los primeros
perjudicados con la apertura de las importaciones. Obreros, empleados y
cuentapropistas serían los segundos. Todos,
los terceros. Docentes, científicos, investigadores también están preocupados
porque los intereses del Ingeniero
Amarillo no pasan ni cerca del desarrollo de la ciencia. En realidad, los
intereses que representa no pasan ni
cerca de ninguno de nosotros. Entonces, ocurrió la contra hegemonía. De
pronto, tomamos la palabra y nos animamos
a todo para decir Macri no.
Pintadas, carteles, mensajes de texto, carteles en
las redes sociales con un Macri no que
recorre el país. Además, un estado
asambleario nos reúne en plazas, clubes o cualquier esquina. Cada clase se
transforma en un Macri no; cada
charla de café, cada espera, cada intercambio ocasional. Hasta las mascotas parecen ladrar o maullar en clave de Macri no. Esta es la campaña a la que le tienen miedo, la que no pueden controlar con cortes publicitarios ni distorsionar con
irónica locución. Esa es la campaña que denuncian como sucia porque está en
nuestras manos. Una militancia impensada
y dispersa a la que no pueden poner nombre ni demonizar. Si superamos con
éxito este tropiezo, debemos buscar el equilibrio entre las voces, con todo lo
que eso significa. Sólo así podremos comenzar
a limar los privilegios de los que quieren extirparnos todos nuestros derechos.
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