La palabra ‘cambio’ es la principal víctima de esta campaña, sobre todo de aquellos que la
usan como nombre de fantasía para su minoritario club de amigos. Tan ‘buenas’ son las intenciones de Mauricio
Macri que su ideólogo, Jaime Durán Barba, ordenó a los asesores económicos que calmen su ansiedad destructora por unos
días y dejen de anunciar sus tóxicos
remedios para enfermar y expoliar al país. Hasta le pidieron a Domingo
Cavallo que suspenda sus piropos al
candidato amarillo hasta después del balotaje. Mientras tanto, la mutación PRO continúa y con ella, se
profundiza el cinismo. María Eugenia Vidal afirma –sin rubor- que el ministro de Economía de Macri será menos
importante que el de Educación y Salud, Federico Pinedo asegura que el horizonte es el gobierno de Kirchner –al
que había que “tirar por la ventana
porque no lo aguantamos más” (Mauricio dixit)- y el propio Alcalde sorprende al aconsejar no pensar tanto en
el dólar. Un camaleón envidiaría tanta capacidad y rapidez para el
camuflaje. Una estafa con todas las
letras que el debate logró desnudar, a pesar de los esfuerzos del Gran
Simulador para esquivar los estoques de Daniel Scioli.
Sólo los cómplices y seguros
beneficiarios de los planes
quirúrgicos no enumerados en los spots pueden apoyar a Cambiemos. Los demás están engañados, envenenados,
confundidos, extraviados. Tal vez se asusten con la impronta belicista del
kirchnerismo –más mediática que real- pero es
imposible combatir la injusticia con buenos modales, más aún cuando los que
la provocan quieren conservar y multiplicar sus privilegios. La confrontación es necesaria si se quiere
construir un país desarrollado y equitativo. Sobre todo con los integrantes
del establishment vernáculo que, de tan angurrientos y tránsfugas, en los
países que toman como modelo serían considerados delincuentes. Con ellos, el diálogo sólo es posible con la premisa
de la obediencia y eso no es democracia.
Quizá estos votantes no imaginan que serán los
primeros desplazados por la podadora macrista.
Claro, durante todos estos años, los medios que deforman su entendimiento han construido un enemigo del Gobierno
que más derechos ha incorporado en la ciudadanía, más crecimiento ha generado
con sus políticas inclusivas, más desarrollo científico y tecnológico ha
impulsado, entre muchos otros logros que sería extenso enumerar. Tanto deforman
el pensar cotidiano que han logrado que
muchos vean como aliado al que seguramente cercenará gran parte de esas
conquistas y del bienestar alcanzado. Tanto, que consideran salvador al que será su verdugo.
La arena del debate
Los dos candidatos prometen continuidad con cambios, pero uno de los dos miente. No es difícil saber cuál. ¿Cómo podemos
creer que quien denostó todas las
medidas tomadas tanto por el gobierno de Kirchner como el de Cristina será
el designado para mantenerlas? ¿O que el
incumplidor de todas sus promesas al frente de la CABA va a cumplir con
todas las que hace en sus spots de campaña? ¿O que se logrará disminuir la
pobreza con el listado de medidas que
proviene del FMI? ¿O que Macri sea el encargado de distribuir el ingreso si hasta no hace mucho protestaba contra
esa idea? ¿Cómo va a llevar adelante un Estado que nos cuide alguien que pretende reinstaurar el
liberalismo absoluto? ¿Cómo va a proteger a los que menos tienen el que creó una fuerza policial para
molerlos a palos?
Nada de esto respondió Mauricio Macri en el debate
presidencial. Agresivo, evasivo, canchero.
Triunfador, se sintió el Alcalde
porteño, pero no le salió. Atado a las mentiras y estigmas planteados por
los medios dominantes, parecía
empecinado en convencer a un Scioli descarriado, en lugar de hablar a un
votante indeciso. “Mirá en lo que te
convertiste; parecés un panelista de 678”, agredió, con picardía. De
acuerdo al clima instaurado por el establishment mediático, estaba crispado. Sin dudas, se mostró a la defensiva, aunque
no fue atacado. La ayudita de
Bonelli respecto a la pobreza infantil citando un dato inexistente de la Unicef no sirvió para encumbrar al
candidato de la derecha vernácula.
Y Scioli dejó correr muchas cosas. Macri puso como
ejemplo a la Metropolitana, responsable
de atrocidades indefendibles: la represión en el Borda y el intento de
homicidio a Lucas Cabello. Macri mintió con la devaluación, el crecimiento y el
ajuste anunciado por sus economistas. Macri
eludió responder por qué se opuso a todo lo que ahora dice apoyar. Scioli
no le preguntó por qué redujo año a año el presupuesto educativo. Pero el
Ingeniero estaba nervioso, belicoso, embustero. Scioli no rememoró la célebre frase del Alcalde, que en su
gobierno se terminará el curro de los
DDHH. Todavía duele que haya confundido
el apellido de una de las Madres de Plaza de Mayo –la más emblemática- con la
marca de un café.
Claro, no se puede hacer mucho en tan poco tiempo.
Los ejes temáticos propuestos por los organizadores, amplios y difusos, más las
sugerencias de los moderadores no caben en pocos minutos. Tampoco alcanza
para corregir todas las mentiras que
desplegó el candidato opositor. Ni sus inconsistencias. En el módulo
Calidad Institucional, Macri propuso una reforma electoral con su sueño del voto electrónico incluido y agregó que pondrá freno a las re-elecciones indefinidas, como si
eso estuviera en sus manos. Si conociera el tema, sospecharía que los distritos
tienen la facultad de disponer de sus
instituciones sin injerencia del Gobierno Nacional. También debería saber
que no es un buen ejemplo que el
juez Claudio Bonadío haya concretado un allanamiento en Río Gallegos con el
auxilio de la policía Metropolitana, porque
eso es como una invasión unitaria al estilo siglo XIX.
Aunque Clarín trate de poner humor con el título
principal de la tapa –“Macri lució
tranquilo ante un Scioli tenso”-, el
propio Alcalde reconoció la derrota. En dos o tres oportunidades advirtió
su fracaso en sus intentos de convencer a Scioli, hasta que pronunció esa frase fatal: “me rindo”. El ex Gran Diario Argentino habrá estado mirando otro
canal. La pose de Macri, desde el momento en que apareció en el escenario, no
era la acostumbrada. Ni padre, amigo o
empresario exitoso: adoptó el papel del porteño
sobrador. Y eso no cae bien en todos
lados.
Daniel Scioli, con energía, se plantó como un defensor de todos ante la amenaza
neoliberal; intentó en todo momento desenmascarar
la falacia de Cambiemos; señaló contradicciones, incumplimientos y
falencias de su gestión en la CABA. Hasta se dio el gusto de denunciar plagio en el plan Belgrano
que esgrime Macri. En el poco tiempo que tuvo, resaltó que el postulante
amarillo privatizará los ministerios al poner gerentes del establishment como
funcionarios.
Ante un Macri que intentó dar los primeros golpes, Scioli se mostró decidido a defender un
proyecto. En esto fue claro: no habló de Cristina ni de ninguno de sus
funcionarios sino de los logros
colectivos y del camino hacia lo que falta. En la arena del debate, Macri perdió un poco de su maquillaje:
cambiará todo aquello que dificulte la acumulación de los mismos de siempre.
Scioli, en cambio, mostró la firmeza necesaria para continuar por el sendero que estamos transitando y para defender
nuestros derechos. La victoria está al alcance de nuestra mano porque estamos más juntos que nunca y además,
Macri ya se rindió.
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