Si
a los del PRO les molesta que se agiten
los fantasmas del pasado, que dejen
de hacer propuestas noventosas. Si son ellos los que quieren cambiar “futuro
por pasado”, como vociferó la
electa gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, en una inoportuna traición de su subconsciente.
Cualquiera puede equivocarse en medio de semejantes festejos, pero otros
referentes del espacio opositor, en pleno
uso de sus facultades, ya están
anticipando cuáles serán las medidas que se tomarán para que el futuro se
convierta en pasado. Y no hace falta buscar archivos de unos meses atrás. Ahora que están en una nueva campaña,
han cambiado en serio: en lugar de las propuestas amables con que han
conquistado un lugar inmerecido, están
anunciando cómo nos castigarán si nos atrevemos a elegirlos. En serio, como
si no quisieran ganar, como si ya se
sintieran satisfechos con haber logrado usurpar el centro del país.
Aunque
todavía no asumió, Vidal ya está
asustando. Los gremios, ante la mención de recortes y ajustes, se están
preparando para resistir. Un escenario perfecto para los amarillos: un caos provocado por ellos mismos que
siempre termina en represión, un ejercicio periódico para que la tropa
pueda mantener bajos los niveles de colesterol y triglicéridos. La encantadora Vidal de los spot
televisivos está despojándose de su máscara. Si tuviera la intención de
aportar votos para la victoria de Macri, mantendría su amable maquillaje por
unos cuantos días. ¿Para qué apurarse a
mostrar su verdadero rostro? Los legisladores deberían pensar alguna
normativa para que las promesas de
campaña sean compromisos asumidos, porque si no, se convierten en
publicidad engañosa. Y los votantes, primero
envueltos en una estafa y después, víctimas del despojo.
Pero
no sólo Vidal está pateando en contra de la campaña de su jefe político. Los
asesores económicos y potenciales funcionarios no atinan a contener su verborragia neoliberal. El puro pasado sin
disimulo. Hasta Carlos Melconián se atrevió a mencionar la necesidad de elevar la edad jubilatoria. A coro,
todos claman por la devaluación de la moneda, la reducción impositiva y la
disminución del gasto público. Desde
Martínez de Hoz escuchamos estas demandas y vienen a reclamar que no agitemos
los fantasmas del pasado. Y si nos espantamos es porque cada vez que se
aplicaron estas medidas terminamos en
crisis fenomenales. “Y en el mismo
lodo, todos manoseaos”. Todos no, porque siempre hay unos cuantos que se enriquecen con nuestras catástrofes. En
realidad, nunca dejan de enriquecerse pero parece que les gusta vernos sufrir.
Recuerdos del futuro
El
lector podrá hacer un ejercicio para comprender el trasfondo de cada propuesta que
consiste en preguntarse cuál será su
beneficio. De esta manera, es probable que se enrede en un laberinto que
conduzca a los verdaderos beneficiados entre
los que, por supuesto, no estará el meditabundo leyente. Con la devaluación
de la moneda no hace falta pensar demasiado, porque en nuestra historia se encuentran los más dramáticos ejemplos. Un
aumento brusco del dólar lo único que logra es incrementar en pesos la fortuna de exportadores y perpetuos
coleccionistas de la moneda verde. Un beneficio temporal para los que están
acostumbrados al vértigo. Para el resto de los ciudadanos, la disminución de nuestro poder adquisitivo ante la escalada de los
precios internos que una devaluación provoca. Una bestial transferencia de recursos hacia los que más tienen.
La
eliminación de las trabas al comercio
exterior también aparece entre las propuestas de los economistas amarillos. Que
no se preocupe el lector, nuestra historia también nos muestra episodios
ilustrativos. Si se libera la exportación y con un dólar alto, los productores venderán todo dejando
desabastecido al mercado interno. Si la importación se vuelve
indiscriminada, entrarán artículos a
precio de dumping y con cero aranceles que eliminarán toda competencia
vernácula. Sólo quedarán en pie los importadores y los pocos que tengan
espalda; el resto de las fábricas bajará sus persianas y la desocupación
comenzará a extenderse. No, con esto
tampoco se beneficiará el lector.
Lejos
de la amigable cámara publicitaria, la candidata a vice presidenta de
Cambiemos, Gabriela Michetti protestó: "no podemos pagar la luz, el
gas y el transporte como lo pagamos. La
clase media paga tarifas irrisorias". ¿Y cuál es el problema?, será la pregunta del
lector para poder de-construir esta
amenaza macrista. El Estado destina 150 mil millones de pesos al año para
subsidiar nuestros servicios. Si se elimina esta transferencia, habrá menos
dinero en nuestros bolsillos, tendremos
150 mil millones menos para consumir en otras cosas y eso, ya sabemos es un
camino que conduce a la recesión y el
desempleo.
En todo lo que proponen los socios de este club que,
en apariencia, pretende gobernar Argentina, domina la intención de revertir el círculo virtuoso de la economía para
retornar a la amorfa figura geométrica a la que nos sometieron antaño. El
tortuoso modelo del derrame. Si el lector presta atención, todo apunta a favorecer la concentración de la economía
en pocas manos, porque serán los que más tienen los sobrevivientes de la
hecatombe que prometen. Y el resto –algunos adherentes de estas ‘novedosas’ ideas- quedará en la periferia clamando por migajas. Como inauguramos el
siglo, precisamente.
En
todo está la idea de un Estado garante
del enriquecimiento y protector de esas fortunas; obediente para tomar las
medidas necesarias para acelerar el crecimiento patrimonial; pequeñísimo, para que no sea necesario recaudar tantos
impuestos. Ahora mismo están anunciando recortes en la provincia de Buenos
Aires, a la vez de una reducción impositiva. Los beneficiados son los mismos y los perjudicados, los de siempre,
nosotros.
En
estos días comenzará la campaña. Estas voces
nostálgicas del horror se acallarán para dejar lugar a los que saben pronunciar amorosas frases de
autoayuda. Mientras muchos sectores advierten sobre los peligros del afán
recortador del PRO, los medios
hegemónicos se ocupan de limar sus asperezas. Todo está en manos de la
decisión soberana del pueblo, algo difícil de lograr si gran parte de los votantes son sólo público cautivo de comunicadores
que ayudan a tender la peor de las trampas.
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