lunes, 22 de diciembre de 2014

La mejor crisis de nuestra historia




De acuerdo a lo que uno puede observar en el entorno, la hecatombe que pronosticaban los agoreros para después del Mundial brilla por su ausencia. Al contrario, la inflación ha bajado, del dólar ilegal ya nadie se acuerda y las reservas crecieron hasta superar lo previsto. Si en enero los periodistas y políticos de la oposición anticipaban la salida de CFK antes de fin de año, ahora no saben cómo lidiar con la imagen positiva que supera el 50 por ciento y sigue creciendo. Y eso, sin mencionar la intención de voto del FPV ni la capacidad de colmar la Plaza de Mayo en condiciones climáticas adversas para celebrar un nuevo aniversario del retorno a la Democracia. Hace unos años, los noticieros llenaban su espacio con videos de pasajeros que viajaban como ganado y ahora que los trenes ofrecen traslados con dignidad no aparece ni una foto. Lejos de eso, el nuevo servicio a Mar del Plata está batiendo récord de demanda como si fuera un clásico entre Boca y River. Algún cacerolero dirá que es a causa del precio bajo de los pasajes, sin embargo, las empresas de micros que cubren los lugares turísticos tienen reservas hasta en febrero. Sin lugar a dudas, a pesar del estiércol que arrojan los medios hegemónicos, somos testigos de una crisis que podrá ser catalogada como la mejor de nuestra historia.
Muy lejos de la peor, con la que estrenamos el siglo. Muy lejos, pero tan cerca. Porque trece años no es una cantidad que explique la amnesia. Aunque parezca mentira, algunos conciudadanos afirman que este gobierno es un desastre, que estamos viviendo peor que nunca, que no ven la hora de cambiar todo. Si uno los mira con sorpresa o incredulidad, enseguida reprochan: “se nota que usted no mira los noticieros”. Entonces recitan un rosario de titulares en el que se mezclan denuncias increíbles, datos dudosos y pronósticos sin fundamento. Ellos, manipulados por las malsanas operaciones de los que quieren retomar el poder, se ufanan de estar mejor informados cuando lo único que esgrimen es el justificativo mediático de sus propios prejuicios.
Claro, es comprensible: media hora de algunos noticieros es un peligro para el aparato digestivo más recio. Los gestos severos que aparecen en las pantallas no dejan lugar a dudas de que todo está muy mal. Y si cuando sale a la calle, el televidente se encuentra con otra realidad, si no le roban, no lo matan ni le golpea la cabeza un tornillo del Arsat es porque ha tenido mucha suerte. Que esto no se tome como una negación de las dificultades que se presentan a diario y que puede tener cualquier país. Hay tipos que roban y matan y policías que lo permiten y hasta lo alientan, pero hay mucha más gente que no hace nada de eso. Para las víctimas y sus familiares, esta frase puede sonar superficial pero los índices de criminalidad en nuestro país han bajado mucho en los últimos diez años. La OMS nos ubica entre los tres países más seguros de la región y no es el único organismo internacional que sostiene eso. Pero diez delitos amontonados en una hora de noticiero, con un despliegue que va del policial negro hasta el culebrón, da por tierra con cualquier análisis serio de los datos.
Bocaditos opositores
Aunque estemos muy bien –o al menos, mejor que como estábamos- igual muchos afirman que hay que cambiar. En este sentido, los candidatos de la oposición están en serias dificultades a la hora de ubicarse en el podio electoral. Para obtener el beneplácito del establishment y unos minutos en TV necesitan destilar pestes sobre cada acción del Gobierno Nacional. Una foto que circuló en la web puede resultar ilustrativa, además de patética: los diputados Roy Cortina, Néstor Pitrola, Federico Pinedo y Patricia Bullrich posaron sosteniendo cada uno una remera con la leyenda “no a lo que sea”. Y esto no es sólo una muestra de mal gusto, sino el sinceramiento de una estrategia que están desplegando desde hace un tiempo en el Congreso. El oficialismo presenta algún proyecto, los opositores zapatean ante las cámaras de TV, proponen modificaciones que se incorporan al texto original y, al momento de votar, se ausentan, se abstienen o se oponen. Un circo irresponsable que sólo busca generar un vacío de poder, pero sólo consigue el ridículo.
Ya todos sabemos que estos políticos –por llamarlos de algún modo- no tienen un destino más trascendente que la renovación de sus bancas o el recitado de sandeces apoltronados en el sillón de algún medio estercolero. El peor papel lo están haciendo aquellos que aspiran a la presidencia y ya no saben cómo hacer para mejorar sus números. Un poco desorientados, en lugar de dirigir sus propuestas de campaña a los posibles votantes, buscan la aprobación de los integrantes del Círculo Rojo, como si de esta manera tuvieran asegurado su camino a la Rosada. Ya no tienen vuelta atrás con su premonición del fin del ciclo kirchnerista o la negación de los innumerables logros alcanzados por este proyecto. Tampoco con la amenaza de achicar el gasto público, exención impositiva, derogación de leyes y códigos y eliminación de aquellos programas que generan disfrute gratuito, como el Fútbol Para Todos y la TDA. Menos aún con la promesa de re privatizar las empresas que han sido recuperadas para el Estado. Hasta sus serviles sonrisas producen enormes contradicciones al momento de hablar de las políticas de DDHH y la continuidad de los juicios a militares genocidas y civiles instigadores y beneficiarios de semejante oscuridad.
Un rápido paseo por las frases que buscan sintetizar sus programas sólo puede despertar indiferencia, después de unas sonoras carcajadas. El ex intendente de Tigre y virtual Diputado Nacional, Sergio Massa, empapeló nuestra vida con un afiche que lo muestra fresco y juvenil con la propuesta de un país distinto. De la Rúa utilizó el mismo calificativo para su gestión y así terminamos. El ex anestesista Hermes Binner, que siempre saca una crítica incomprensible de la manga, asegura que de su mano, tendremos un país normal. Y la normalidad versión socialismo liberal y caprilista incluye “el desarrollo de lo público para morigerar las desigualdades”, algo que está haciendo el gobierno K desde hace unos años. Por lo tanto, promete la normalidad en un país que ya está normalizado para resguardar los derechos de la mayoría, cuando ya están garantizados y sumamente ampliados.
Mauricio Macri, por su parte, está difundiendo un conmovedor escrito por las redes en el que, desde una mirada absolutamente individual, augura que “la Argentina, como país, irá por un rumbo distinto, y eso cambiará la vida de millones para siempre”. Con su gestión, “las cosas estarán siempre un poco mejor y no un poco peor, un poco más nuevas y no un poco más rotas, un poco más limpias y no un poco más sucias, un poco más felices y no un poco más amargas”. Las mismas naderías de siempre. Las generalidades proféticas que no constituyen ningún plan. Buenos propósitos que esconden sus malas intenciones.
Más allá de estas sombrías lecturas sobre la realidad de nuestro país, estamos mejor que nunca. Tan buena está esta crisis que desear Felicidades para estas fiestas puede provocar una sobredosis. Esta será la única crisis de la historia que amplía la cobertura previsional, mejora los ingresos, incentiva el consumo, alienta el turismo, se preocupa por la salud dental de los que menos tienen y hasta invita a volar a los que nunca lo han hecho. Entonces, no resultará extraño que muchos argentinos prefieran continuar con esta crisis antes que apostar por el inasible país que ofrecen los obedientes restauradores del neoliberalismo, ese modelo importado que ha producido crisis y así nos ha hecho padecer muchas veces. Pero en serio.

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