De acuerdo a lo
que uno puede observar en el entorno, la
hecatombe que pronosticaban los agoreros para después del Mundial brilla por su ausencia. Al contrario, la inflación ha bajado,
del dólar ilegal ya nadie se acuerda y las reservas crecieron hasta superar lo
previsto. Si en enero los periodistas y políticos de la oposición anticipaban la
salida de CFK antes de fin de año, ahora
no saben cómo lidiar con la imagen positiva que supera el 50 por ciento y sigue
creciendo. Y eso, sin mencionar la intención de voto del FPV ni la
capacidad de colmar la Plaza de Mayo en condiciones climáticas
adversas para celebrar un nuevo aniversario del retorno a la Democracia. Hace
unos años, los noticieros llenaban su espacio con videos de pasajeros que viajaban
como ganado y ahora que los trenes ofrecen traslados con dignidad no aparece ni
una foto. Lejos de eso, el nuevo
servicio a Mar del Plata está batiendo récord de demanda como si fuera un
clásico entre Boca y River. Algún cacerolero dirá que es a causa del precio
bajo de los pasajes, sin embargo, las empresas de micros que cubren los lugares
turísticos tienen reservas hasta en febrero. Sin lugar a dudas, a pesar del
estiércol que arrojan los medios hegemónicos, somos testigos de una crisis que podrá ser catalogada como la mejor de
nuestra historia.
Muy lejos de la
peor, con la que estrenamos el siglo. Muy lejos, pero tan cerca. Porque trece años
no es una cantidad que explique la amnesia. Aunque parezca mentira, algunos conciudadanos afirman que este
gobierno es un desastre, que estamos viviendo peor que nunca, que no ven la
hora de cambiar todo. Si uno los mira con sorpresa o incredulidad,
enseguida reprochan: “se nota que usted
no mira los noticieros”. Entonces recitan un rosario de titulares en el que
se mezclan denuncias increíbles, datos dudosos y pronósticos sin fundamento.
Ellos, manipulados por las malsanas
operaciones de los que quieren retomar el poder, se ufanan de estar mejor
informados cuando lo único que esgrimen
es el justificativo mediático de sus propios prejuicios.
Claro, es
comprensible: media hora de algunos noticieros es un peligro para el aparato
digestivo más recio. Los gestos severos que aparecen en las pantallas no dejan
lugar a dudas de que todo está muy mal.
Y si cuando sale a la calle, el televidente se encuentra con otra realidad, si no le roban, no lo matan ni le golpea la
cabeza un tornillo del Arsat es porque ha tenido mucha suerte. Que esto no
se tome como una negación de las dificultades que se presentan a diario y que puede
tener cualquier país. Hay tipos que roban y matan y policías que lo permiten y
hasta lo alientan, pero hay mucha más
gente que no hace nada de eso. Para las víctimas y sus familiares, esta
frase puede sonar superficial pero los índices de criminalidad en nuestro país
han bajado mucho en los últimos diez años. La
OMS nos ubica entre los tres países más seguros de la región y no es el
único organismo internacional que sostiene eso. Pero diez delitos amontonados
en una hora de noticiero, con un
despliegue que va del policial negro hasta el culebrón, da por tierra con
cualquier análisis serio de los datos.
Bocaditos opositores
Aunque estemos
muy bien –o al menos, mejor que como estábamos- igual muchos afirman que hay
que cambiar. En este sentido, los
candidatos de la oposición están en serias dificultades a la hora de ubicarse
en el podio electoral. Para obtener el beneplácito del establishment y unos
minutos en TV necesitan destilar pestes sobre cada acción del Gobierno
Nacional. Una foto que circuló en la web puede resultar ilustrativa, además de patética: los diputados Roy
Cortina, Néstor Pitrola, Federico Pinedo y Patricia Bullrich posaron
sosteniendo cada uno una remera con la leyenda “no a lo que sea”. Y esto no es sólo una muestra de mal gusto, sino el sinceramiento de una estrategia que están desplegando desde
hace un tiempo en el Congreso. El oficialismo presenta algún proyecto, los
opositores zapatean ante las cámaras de TV, proponen modificaciones que se
incorporan al texto original y, al momento de votar, se ausentan, se abstienen
o se oponen. Un circo irresponsable que
sólo busca generar un vacío de poder, pero sólo consigue el ridículo.
Ya todos sabemos
que estos políticos –por llamarlos de algún modo- no tienen un destino más trascendente
que la renovación de sus bancas o el recitado de sandeces apoltronados en el
sillón de algún medio estercolero. El
peor papel lo están haciendo aquellos que aspiran a la presidencia y ya no
saben cómo hacer para mejorar sus números. Un poco desorientados, en lugar
de dirigir sus propuestas de campaña a los posibles votantes, buscan la
aprobación de los integrantes del Círculo Rojo, como si de esta manera tuvieran asegurado su camino a la Rosada. Ya
no tienen vuelta atrás con su premonición del fin del ciclo kirchnerista o la negación de los innumerables logros
alcanzados por este proyecto. Tampoco con la amenaza de achicar el gasto
público, exención impositiva, derogación de leyes y códigos y eliminación de
aquellos programas que generan disfrute gratuito, como el Fútbol Para Todos y
la TDA. Menos aún con la promesa de re
privatizar las empresas que han sido recuperadas para el Estado. Hasta sus
serviles sonrisas producen enormes contradicciones al momento de hablar de las
políticas de DDHH y la continuidad de los juicios a militares genocidas y civiles
instigadores y beneficiarios de semejante oscuridad.
Un rápido paseo
por las frases que buscan sintetizar sus programas sólo puede despertar indiferencia, después de unas sonoras carcajadas.
El ex intendente de Tigre y virtual Diputado Nacional, Sergio Massa, empapeló nuestra vida con un afiche que lo
muestra fresco y juvenil con la propuesta
de un país distinto. De la Rúa utilizó el mismo calificativo
para su gestión y así terminamos. El ex anestesista Hermes Binner, que
siempre saca una crítica incomprensible de la manga, asegura que de su mano,
tendremos un país normal. Y la normalidad versión socialismo liberal y
caprilista incluye “el desarrollo de lo
público para morigerar las desigualdades”, algo que está haciendo el gobierno K desde hace unos años. Por lo
tanto, promete la normalidad en un país que ya está normalizado para resguardar
los derechos de la mayoría, cuando ya
están garantizados y sumamente ampliados.
Mauricio Macri,
por su parte, está difundiendo un conmovedor
escrito por las redes en el que, desde
una mirada absolutamente individual, augura que “la Argentina, como país, irá
por un rumbo distinto, y eso cambiará la vida de millones para siempre”. Con
su gestión, “las cosas estarán siempre un
poco mejor y no un poco peor, un poco más nuevas y no un poco más rotas, un
poco más limpias y no un poco más sucias, un
poco más felices y no un poco más amargas”. Las mismas naderías de
siempre. Las generalidades proféticas
que no constituyen ningún plan. Buenos propósitos que esconden sus malas
intenciones.
Más allá de estas
sombrías lecturas sobre la realidad
de nuestro país, estamos mejor que nunca. Tan
buena está esta crisis que desear Felicidades
para estas fiestas puede provocar una sobredosis. Esta será la única
crisis de la historia que amplía la cobertura previsional, mejora los ingresos,
incentiva el consumo, alienta el turismo, se preocupa por la salud dental de
los que menos tienen y hasta invita a volar a los que nunca lo han hecho. Entonces,
no resultará extraño que muchos argentinos prefieran
continuar con esta crisis antes que apostar por el inasible país que
ofrecen los obedientes restauradores del neoliberalismo, ese modelo importado que ha producido crisis y así nos ha hecho padecer
muchas veces. Pero en serio.
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