Desde ahora y para
siempre, descolgar un cuadro tendrá su precio. Aquel 24 de marzo de 2004 no fue un día cualquiera ni una pose para
una foto impactante, sino el inicio de una nueva historia. Desde ese día el
país comenzó a despojarse de sus máscaras. Ninguna
democracia podrá ser completa mientras siga honrando a sus dictadores. El
presente de Chile, Brasil, España demuestra que las alfombras no pueden
esconder semejante basura durante tanto tiempo. En cambio acá quedan pocas máscaras y eso parece descolocar a unos
cuantos. Mientras los juicios se destinaban a militares sanguinarios y
algunos civiles desconocidos, sólo un puñado de apologistas hacía oír su
extemporánea voz. Pero cuando deberán sentarse en el banquillo muchos empresarios que han sido
instigadores y beneficiarios del sistema económico impuesto en aquellos años
oscuros, algunos candidatos amenazan con poner un freno. Macri y Massa
fueron los primeros en sincerar lo más oscuro de sus pensamientos. Después de
esto, otros se sumaron con aclaraciones poco convincentes, lo que deja al desnudo cuánto incomoda este tema en algunos sectores.
Bajar un cuadro tiene su precio y también sus consecuencias, pero es lo más saludable para construir un
país que quiere abandonar para siempre los peores fantasmas del pasado.
Macri empezó con
lo del curro de los DDHH y después,
intentando diferenciarse –aunque de peor modo- Massa se sumó con su propuesta de cerrar esa etapa. El Alcalde
Amarillo no se embarró con explicaciones, pero sus laderos sí. En cambio, los
guionistas del ex intendente de Tigre y diputado en ausencia perpetua agregaron
un ‘bien’ que le aporta mayor confusión. Tanto esto como lo de “mantener lo bueno y cambiar lo malo” son
conceptos tan imprecisos que suman más ambigüedad a sus no-propuestas de
campaña. Y después aprovechó para destinar palazos: “me parece que el Gobierno olvidó que hay nuevos derechos humanos. Las víctimas de la inseguridad tienen
derechos humanos, los chicos que son víctimas de las adicciones tienen derechos
humanos, las comunidades como Tartagal, que no tienen agua, tienen derechos
humanos, los jóvenes que no tienen casa tienen derechos humanos”. Un
licuado manipulador que sólo busca alimentar titulares mediáticos y extraviar una política ejemplar como la
recuperación de la memoria, la búsqueda de la verdad y la aplicación de
Justicia.
Massa declaró que
hay que cerrar esa etapa, por lo que su concepción inicial se relaciona sólo
con los juicios a todos los implicados en el terrorismo de Estado. Lo otro que añade es puro verso,
inspirado por sus intenciones conciliadoras, sobre todo con los integrantes del Círculo Rojo. No es lo mismo un
Estado que secuestra, tortura, desaparece y se apropia de bebés que un
delincuente que asalta, golpea o mata a un ciudadano. El primero es una atrocidad sistémica de lesa humanidad; el segundo es
sólo un delito cometido por un individuo descarriado. Cualquier
equiparación conlleva una intención malsana. Estos días estuvieron atravesados
por los mismos argumentos de siempre: los dos demonios, la reconciliación, la
venganza, el perdón. El cuadro que
ordenó bajar Kirchner todavía sigue molestando. No sólo eso: también asusta.
La hipocresía de siempre
Con una agudeza
que no hiere a nadie, Sergio Massa introduce
la idea de los nuevos derechos
humanos. ¿Desde cuándo la seguridad, el agua, la protección a la niñez, la
vivienda son derechos nuevos? Tan nuevos que están incorporados en nuestra
constitución desde 1994. En realidad, el
único derecho que parece interesarle es el de la propiedad privada de los que
más tienen. Lo otro es simulacro. Un reproche sin argumentos. En un país
que ha padecido la desigualdad durante tantos años, siempre encontraremos
ciudadanos a los que hay que rescatar del olvido. No se alcanza la equidad con un toque de la varita mágica, como nos
quieren hacer creer personajes como éste. Menos aún cuando la resistencia
de una minoría enriquecida a nuestra costa dificulta
todo intento de redistribución del ingreso.
Ahora hablan de
DDHH los que apoyaron y se beneficiaron con la dictadura, los que instigaron
devaluaciones, los que aplaudieron privatizaciones, exigieron ajustes y festejaron
el endeudamiento del país. Esos que
mienten, tergiversan, difaman y sentencian desde los medios hegemónicos,
esos que conspiran para voltear a CFK desde principios de 2008, esos que buscan
restaurar el modelo importado que nos dejó en la lona, los que fugan, evaden y
especulan, ésos son los que ahora obligan a los siervos de la oposición a horadar
la políticas de DDHH. Esos que
resguardan sus privilegios son los que ahora pretenden pontificar sobre los
derechos que han pisoteado durante tantas décadas. Y se la pasan haciendo
reproches al único proyecto de país de
los últimos tiempos que se ha empeñado en conquistar derechos para la mayoría de los argentinos.
Aunque muchos
intenten minimizar lo de la década
ganada, nunca hay que olvidar que comenzamos este siglo con el fango hasta
el cuello. ¿Acaso algún alucinado
pensaba en aquellos tiempos en la salud dental de los menos favorecidos? Si
más de la mitad de la población apenas tenía para comer, qué importaba el
estado de su dentadura. ¿Alguien pensaba en repartir computadoras a alumnos y
profesores cuando las escuelas tenían el
comedor como su principal función? ¿O en calefaccionar los salones cuando
muchos edificios apenas tenían paredes? Si hasta organismos internacionales
como la OCDE –que nuclea a 34 países con el 80 por ciento del PBI mundial- y la
ONU destacan que Argentina es el país
que más ha invertido en educación en América Latina.
También en el
derecho a la vivienda el Estado K ha extendido su mano, brindando soluciones habitacionales a los que ni
siquiera soñaban con eso. Tampoco soñaban con jubilarse los trabajadores
informales o los estafados por sus patrones, ni las amas de casa o las
trabajadoras domésticas. La mayor
cobertura previsional de toda la región con una obra social que satisface las
necesidades de la salud de nuestros viejos, además de ofrecer actividades
recreativas que contribuyen a la socialización, la recreación y el aprendizaje
de disciplinas gimnásticas, artísticas e informáticas. Antes los trataban como trapos viejos y ahora como sujetos de derecho
con mucho para disfrutar y mucho más
para recibir. Esto sin hablar del incremento del consumo y de las escapadas
vacacionales de los que nunca habían planificado algo así.
¿Qué derechos
pueden garantizar aquellos que sólo prometen beneficiar a los poderosos con la eliminación de las cargas
impositivas, la liberación del dólar y el endeudamiento compulsivo? ¿Qué
futuro espera a los que están en la base de la pirámide social si llegan a la
presidencia los que aseguran que hay que bajar el gasto público? ¿Qué podemos esperar de todos los que sólo piensan
la seguridad desde la vigilancia televisiva, la represión y el castigo? Un
Estado mínimo que se convertirá en cómplice
de las corporaciones económicas y sus cortesanos, acólitos y sirvientes.
Mientras los medios hegemónicos pisotean nuestro derecho a la información con
sus fantasías noticiosas y sus descabellados análisis, La Presidenta sigue sumando felicidad para su pueblo. El lunes,
cuando anunció el programa “Argentina Sonríe”, las 4,7 millones de netbooks y
los aportes a las escuelas para mejoras edilicias, nos regaló una frase para sostener como faro: “Estado e igualdad son dos términos inseparables”. Olvidar esta
idea nos hará retroceder varios casilleros, justo cuando estamos llegando al final del juego y casi lo tenemos
ganado.
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