Ya no hay dudas: el
establishment, representado por Clarín, comienza
a comprender que otra vez será derrotado en las urnas. Extraviados por las ciclotímicas
órdenes del Amo, sus serviles candidatos se enredan con cada línea del guión, lo que los vuelve in-votables. Para
conquistar un par de puntos en la carrera electoral, El Favorito –no por mejor,
sino por ser parte- deberá apelar a lo que más sabe, que no es la ingeniería ni
la política, sino el más crudo y
superficial marketing. Por eso la propaganda es el rubro que más crece en
el presupuesto de la CABA. Como ya es muy evidente que el maquillaje que simula
la ausencia de gestión se está desmoronando, los carroñeros recrudecen sus ataques mediáticos como única manera de
vulnerar la creciente imagen positiva de CFK. Una pesadilla que no
esperaban y de la que no pueden despertar.
Titulares que convierten en
denuncia las fantasías de sus escribas, políticos de segunda o tercera línea
que brindan su escasa legitimidad para aportar mayor volumen y unos cuantos jueces patricios que estampan
su rúbrica a los escritos periodísticos para prolongar la vigencia de la
patraña. Total, cuando se resuelvan estas no-causas, el resultado de las elecciones estará sobre la mesa y si
no ganan, siempre habrá ingenios dispuestos a alimentar los prejuicios del
público con informes de dudoso fundamento. Uno piensa que algún día se
cansarán, pero no: energía es lo que les sobra cuando el objetivo es recuperar el poder y transformar al país en su exclusivo coto de caza. Si no es
en 2015, será en 2019. Siempre tendremos el
fétido aliento soplando sobre nuestras espaldas y sus babeantes fauces
acechando a la espera de un descuido.
Mientras los candidatos
opositores se preparan para la recta final, los integrantes del Círculo Rojo despliegan una estrategia de desgaste
avanzando con sus piezas preferidas: los jueces. Ariel Lijo disparó contra
el vicepresidente y Claudio Bonadío apunta su pluma envenenada contra La
Presidenta y su hijo. No importa si lo que investigan es insostenible, lo
importante es mantener el tema, indignar a una porción del público,
desprestigiar la política. Ninguno de sus
lectores se preguntará por qué los únicos corruptos parecen ser los K, porque
sólo buscan excusas para despreciar. Tampoco les parecerá extraño que, a
pesar de la corrupción generalizada –incluso
mayor que la del menemato- las cosas no funcionan tan mal. No importa que las
piezas no encajen bien en el rompecabezas odiador, mientras garantice que ningún candidato de Cristina gane las elecciones
presidenciales. Hay que cambiar porque no se aguanta más tanta equidad,
tanto crecimiento del consumo, tamaña felicidad en las mayorías. Que instauren
la alternancia por decreto, así el próximo presidente nos integra al mundo, nos entrega como sacrificio a los buitres y nos
hunde en los más pestilentes pantanos.
Oposición
de papel y tinta
Los seguidores de sus medios nunca se enteran de otra cosa más que
de los chanchullos de Cristina y su
pandilla. Los demás actores de la política son tiernas palomitas que recién abandonan el nido. Las tapas ya no se
encargan de marcar una agenda periodística sino de estampar chismes de peluquería; los héroes no son deportistas
sino jueces de oscura trayectoria
que dirigen la mira de sus cañones a los principales personajes del Gobierno
Nacional; las noticias que publican siempre
están orientadas a sembrar el desaliento, a horadar la autoestima, a boicotear
cualquier iniciativa que se aparte de la salmodia neoliberal. Si hay algún
hecho que pueda considerarse positivo, aportan retorcidas interpretaciones para
trocarlo en negativo. Si no encuentran la forma, lo sentencian a la ubicación
más insignificante de la página o, cuando el ingenio no alcanza, directamente lo destierran a la papelera.
Algo así ocurrió con el anuncio
de reducción del precio de los combustibles en un 5 por ciento. Omitir este hecho es no saber nada de
periodismo o tener muy malas intenciones. Si jamás se hubieran dedicado al
tema, está todo bien. Pero, si en lugar de rebajar, hubiesen aumentado, los titulares lo anunciarían en un
destacado enorme y con luces de colores. Los dos principales matutinos
ignoraron o minimizaron esta novedad –única en la historia, como muchas otras-
que para los usuarios significarán 2000
millones de pesos en un año por cada diez centavos de rebaja. Por el
contrario, Clarín y La Nación se han convertido casi en periódicos judiciales: denuncias, amenazas y lucubraciones del
martillo anti democrático de la Justicia.
Tanta confusión siembran que los candidatos no parecen ser Macri o Massa,
sino el juez Bonadío, a quien muestran como un coloso que no teme enfrentar a
las autoridades surgidas de la legitimidad de las urnas. Más que procesos judiciales, semejan aprietes cuasi mafiosos. A
cada paso que se da para avanzar en la distribución del ingreso, el
establishment responde con un titular amenazante. Ya es imposible dudar de que la extravagante causa Ciccone sea una forma
de venganza por la estatización de las AFJP, diseñada por Amado Boudou
cuando era ministro de Economía. Venganza ejecutada por un grupo de periodistas creativos y el juez Ariel Lijo que le dio
entidad y pidió el procesamiento del vicepresidente, con más confusiones que
claridad. Cuando la Procelac avanza en investigaciones sobre lavado de dinero, el juez Bonadío declara en rebeldía a su
titular, el fiscal Carlos Gonella, pide un juicio político y le impide
salir del país.
Pero los jueces no están sólo
para arrojar bombas de estiércol sobre el equipo gubernamental; también están para proteger al Poder
Económico. Las medidas cautelares siempre están dispuestas para impedir que
las leyes votadas en el Congreso puedan convertirse en medidas transformadoras.
El caso del Grupo Clarín y la adecuación
a la LSCA ya se ha convertido en un paradigma de la resistencia corporativa con
soporte judicial. También la Sociedad Rural, que con una medida similar
protege el predio de Palermo –adquirido sin poner un centavo en tiempos de
Menem y Cavallo- de la expropiación dispuesta por el Gobierno Nacional. La democracia no está en su plenitud, a
pesar de que hace 31 años que comenzamos a recuperarla. Ni lo estará,
mientras uno de los poderes del Estado esté al servicio de aquellos intereses
que están muy lejos de ser los de todos.
Pero no importa, cada vez son más los que comprenden que
éste es el camino para construir el país que tantas veces nos han prometido y
que ahora sí parece que comenzamos a merecer. Que las mágicas recetas
neoliberales nos despojarían de todo lo que hemos conseguido en estos años; que
cuando los que más tienen rechazan alguna medida es porque nos beneficiará a
todos; que los poderosos nunca dialogan
ni buscan el consenso: sólo están complacidos cuando imponen su angurria en
nuestras vidas. Todo esto lo hemos comprendido, pero falta comprender mucho
más. Que no hay que esquivar el conflicto, sino afrontarlo; que para
profundizar la redistribución, los que
más tienen deben renunciar a una parte de sus ganancias; que hay buenos y
malos y debemos aprender a diferenciarlos; que la meta está muy lejos y nunca
hay que frenar los pasos. Y algo que debemos grabar a fuego en nuestros
corazones: los ricos no tienen razón,
sino intereses; la razón está siempre del lado de los que persiguen fines
colectivos. Si esta idea nos ilumina en estos días de festejos, ya nada podrá detenernos.
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