Este año será recordado como
uno de los más difíciles de la década. Incluso más que 2008 o 2009. No sólo difícil, sino también intenso. En
algunos momentos acelerado, y en otros, con un ralentí insoportable. Gran parte
estuvo absorbido por una extensa campaña presidencial que comenzó después de
las legislativas, cuando algunos
candidatos se creyeron dueños de todos los porotos. Como en todos los años,
algunas cosas buenas y otras malas, pero el balance indicará un saldo positivo
ineludible: como nunca antes ha quedado
en claro quiénes son los verdaderos enemigos. Antes de continuar, vale una
aclaración: en las líneas que siguen no se realizará un riguroso recorrido con
pretensiones de objetividad ni tampoco se tomarán todos los hechos para
confeccionar una aséptica cronología. El
recorrido abarcará lo que la memoria inspire y lo que el corazón soporte.
Si alguien exige una frase que sintetice lo que se viene, podemos probar con lo
siguiente: 2014 nos deja el sabor amargo de reconocer la existencia de despiadados conspiradores irrecuperables
y la tranquilidad de tener al timón una
mandataria que sabe esquivar los embates para conducir el país con buen rumbo.
A diferencia del año pasado que
terminó con la rebelión policial y los saqueos inducidos, en 2014 no pasó nada
de eso. Sin embargo, la ilusión de los
que quieren una salida anticipada de CFK se encontró alimentada por estos
dramáticos acontecimientos. Por eso, los primeros meses estuvieron
protagonizados por los especuladores financieros, que forzaron una devaluación,
no sólo para obtener ganancias extra con poco esfuerzo, sino para trastocar
nuestras vidas. Como siempre, cuando
unos pocos ganan mucho, los muchos perdemos demasiado. Las grandes empresas
aportaron lo suyo, multiplicando los precios hasta la extorsión, mientras el
dólar ilegal azulaba el entorno. Con
la firmeza presidencial y la ágil muñeca del equipo económico, los malos vientos se aplacaron y sus
pestilencias se disiparon hasta no dejar ni rastro.
Las profecías agoreras se
perdieron en algún lugar oscuro del cuerpo de sus creadores. Todas las
catástrofes que habían soñado para celebrar el fin de año se mezclaron con
otros desechos en los contenedores, destino inevitable para el diario de ayer. Esos
pocos realizaron una apuesta
destituyente que los deja muy mal parados; que los ubica en el peor lugar;
que los aleja de toda construcción colectiva; que los convierte en un enemigo fácil de identificar. Y este grupo
no está integrado sólo por los grandes empresarios, sino por los periodistas
que amplificaron su ideario destructivo y los políticos y jueces que intentaron
aportar legalidad a las cuantiosas conspiraciones. Todos los que lamentan la existencia de la famosa grieta se
atrincheraron en el lado más oscuro. Ahora ya no quedan dudas: no nos
tenemos que preocupar por reparar esa fisura, sino por lograr que este lado –el más luminoso- esté más poblado; no queda otra
solución más que dejarlos solos y neutralizar
en lo posible su capacidad de daño.
Un
botón para la muestra
Por si quedan dudas sobre esta
afirmación tan contundente, un solo ejemplo basta para comprender que cualquier puente que tendamos facilitaría el
ataque. A mediados de año, la Suprema Corte de Justicia de EEUU se negó a
intervenir en el ya conocido conflicto con los fondos buitre. Con su
indiferencia, avaló el imperial fallo del juez Thomas Griesa. De aceptar la
sentencia, la orfebrería que se
tejió en estos años para desendeudar al país se transformaría en una enredada trama que nos terminaría acogotando.
En lugar de agachar la cabeza, nuestro país hizo oír su voz soberana y
gran parte del mundo nos dio la razón. El espíritu K siempre convoca a la
mayoría, aunque algunos desdeñen esta particularidad y la condenen con el mote
de populismo. Como sea, la grieta
situaba de un lado a los que temen enojar al establishment global y del otro, a los que defienden a ultranza la
dignidad de nuestra Nación. Respetar nuestras leyes antes que acatar las
apetencias carroñeras fue la decisión más razonable que tomó el Gobierno. Los
que se opusieron, no presentaron más razón que entregar al país como presa para los angurrientos picotazos.
Con esto queda en evidencia que
aquel lado no es sólo una posición ideológica, sino que guarda la intención de someternos a la avaricia más descomunal para
sumergirnos en las ruinas que ya hemos padecido. En este tema –y en muchos
otros- se confirma que llenar sus arcas
es más importante que contribuir al desarrollo del país. Una consecuencia
inevitable de la globalización: si en los noventa aparecía como una panacea,
ahora demuestra que la ausencia de
patria la convierte en nociva para los pueblos. Defender las soberanías es
combatir hasta su desaparición a estas feroces bestias que no respetan ni la
vida; que por escalar el podio de los más ricos, fabrican armas para imponer la paz de los cementerios; que provocan
destrucción sólo para saquear las riquezas y ofrecerse después para reconstruir
lo que acaban de bombardear. Para ellos, nosotros
somos un obstáculo. Si queremos un mundo más justo, no nos queda otra más que
pensar en ellos como el principal escollo.
De aquel lado se situaron los
que creíamos conciudadanos con diferente pensar. Ahora que conocemos su calaña,
no nos podemos dejar engañar con sus
edulcoradas promesas de concordia y unidad. No desean nuestro bien, sino
todo lo contrario. Por eso enloquecen
con nuestros triunfos, tanto los pequeños como los grandes. Ellos no sólo
aplauden a los buitres, sino a las bravuconadas del Imperio Británico que
usurpa nuestras Malvinas; felicitan a los especuladores y alientan a los
evasores; desprecian nuestro orgullo y nos muestran como los peores. Nos
insultan, nos estafan, nos desaniman. Sin
dudas, quieren extraviarnos para tenernos a su merced.
Este ha sido el año en que
desesperaron. Y así, perdieron las sutilezas de antaño. No pudieron minimizar nuestros logros y el ARSAT les pasó por encima.
No sólo se asustaron con la aparición de Máximo, sino con cada manifestación
masiva del kirchnerismo. Hasta Casey Wonder, el niño de 11 años que prometió ser
presidente en 2050, despertó su pavor. Ni
siquiera respetaron la camiseta durante el Mundial, pues trataron de mancharla
con todo lo que tenían a su alcance. Seguramente, deben haber hecho tantas macumbas que por eso sólo alcanzamos el
segundo puesto. No se atrevieron a ensuciar el reencuentro entre Estela de
Carlotto y su nieto Ignacio Guido, pero
ganas no faltaron. Algunas de sus estrellas periodísticas deben haber
delineado descabelladas historias de
bóvedas y valijas que quedaron en los cajones, a la espera de una mejor
ocasión.
Este año, como en todos los
anteriores, aprendimos muchas cosas. Y
aprenderemos muchas más en el nuevo que tenemos encima. Los años electorales
se vuelven más festivos a medida que se consolida la democracia, cuando deja de ser un simulacro para
convertirse en una garantía de equidad; cuando asegura que cada vez estemos
mejor. Pero, sobre todo, cuando comprendemos que no basta con poner un papelito
en las urnas, sino en elegir al que
mejor represente los intereses de la mayoría. Esto ya lo estamos
aprendiendo y este año que se inicia daremos el examen más importante de esta
carrera. No hace falta muñirse de papelitos ocultos para salir airosos: nuestro corazón nos soplará quién es el
indicado para cuidar este jardín poblado de coloridas flores. Y las malezas
se secarán con cada brindis sincero para
que dejen de amenazar nuestro futuro.
Excelente !
ResponderBorrarRealmente EXCELENTE.
ResponderBorrarGracias, chicas. Elevan mi autoestima justo cuando en unos días voy exhibir mis rollitos en la playa...
ResponderBorrar