miércoles, 31 de diciembre de 2014

A combatir las malezas que amenazan nuestras flores



Este año será recordado como uno de los más difíciles de la década. Incluso más que 2008 o 2009. No sólo difícil, sino también intenso. En algunos momentos acelerado, y en otros, con un ralentí insoportable. Gran parte estuvo absorbido por una extensa campaña presidencial que comenzó después de las legislativas, cuando algunos candidatos se creyeron dueños de todos los porotos. Como en todos los años, algunas cosas buenas y otras malas, pero el balance indicará un saldo positivo ineludible: como nunca antes ha quedado en claro quiénes son los verdaderos enemigos. Antes de continuar, vale una aclaración: en las líneas que siguen no se realizará un riguroso recorrido con pretensiones de objetividad ni tampoco se tomarán todos los hechos para confeccionar una aséptica cronología. El recorrido abarcará lo que la memoria inspire y lo que el corazón soporte. Si alguien exige una frase que sintetice lo que se viene, podemos probar con lo siguiente: 2014 nos deja el sabor amargo de reconocer la existencia de despiadados conspiradores irrecuperables y la tranquilidad de tener al timón una mandataria que sabe esquivar los embates para conducir el país con buen rumbo.
A diferencia del año pasado que terminó con la rebelión policial y los saqueos inducidos, en 2014 no pasó nada de eso. Sin embargo, la ilusión de los que quieren una salida anticipada de CFK se encontró alimentada por estos dramáticos acontecimientos. Por eso, los primeros meses estuvieron protagonizados por los especuladores financieros, que forzaron una devaluación, no sólo para obtener ganancias extra con poco esfuerzo, sino para trastocar nuestras vidas. Como siempre, cuando unos pocos ganan mucho, los muchos perdemos demasiado. Las grandes empresas aportaron lo suyo, multiplicando los precios hasta la extorsión, mientras el dólar ilegal azulaba el entorno. Con la firmeza presidencial y la ágil muñeca del equipo económico, los malos vientos se aplacaron y sus pestilencias se disiparon hasta no dejar ni rastro.
Las profecías agoreras se perdieron en algún lugar oscuro del cuerpo de sus creadores. Todas las catástrofes que habían soñado para celebrar el fin de año se mezclaron con otros desechos en los contenedores, destino inevitable para el diario de ayer. Esos pocos realizaron una apuesta destituyente que los deja muy mal parados; que los ubica en el peor lugar; que los aleja de toda construcción colectiva; que los convierte en un enemigo fácil de identificar. Y este grupo no está integrado sólo por los grandes empresarios, sino por los periodistas que amplificaron su ideario destructivo y los políticos y jueces que intentaron aportar legalidad a las cuantiosas conspiraciones. Todos los que lamentan la existencia de la famosa grieta se atrincheraron en el lado más oscuro. Ahora ya no quedan dudas: no nos tenemos que preocupar por reparar esa fisura, sino por lograr que este lado –el más luminoso- esté más poblado; no queda otra solución más que dejarlos solos y neutralizar en lo posible su capacidad de daño.
Un botón para la muestra
Por si quedan dudas sobre esta afirmación tan contundente, un solo ejemplo basta para comprender que cualquier puente que tendamos facilitaría el ataque. A mediados de año, la Suprema Corte de Justicia de EEUU se negó a intervenir en el ya conocido conflicto con los fondos buitre. Con su indiferencia, avaló el imperial fallo del juez Thomas Griesa. De aceptar la sentencia, la orfebrería que se tejió en estos años para desendeudar al país se transformaría en una enredada trama que nos terminaría acogotando.
En lugar de agachar la cabeza, nuestro país hizo oír su voz soberana y gran parte del mundo nos dio la razón. El espíritu K siempre convoca a la mayoría, aunque algunos desdeñen esta particularidad y la condenen con el mote de populismo. Como sea, la grieta situaba de un lado a los que temen enojar al establishment global y del otro, a los que defienden a ultranza la dignidad de nuestra Nación. Respetar nuestras leyes antes que acatar las apetencias carroñeras fue la decisión más razonable que tomó el Gobierno. Los que se opusieron, no presentaron más razón que entregar al país como presa para los angurrientos picotazos.
Con esto queda en evidencia que aquel lado no es sólo una posición ideológica, sino que guarda la intención de someternos a la avaricia más descomunal para sumergirnos en las ruinas que ya hemos padecido. En este tema –y en muchos otros- se confirma que llenar sus arcas es más importante que contribuir al desarrollo del país. Una consecuencia inevitable de la globalización: si en los noventa aparecía como una panacea, ahora demuestra que la ausencia de patria la convierte en nociva para los pueblos. Defender las soberanías es combatir hasta su desaparición a estas feroces bestias que no respetan ni la vida; que por escalar el podio de los más ricos, fabrican armas para imponer la paz de los cementerios; que provocan destrucción sólo para saquear las riquezas y ofrecerse después para reconstruir lo que acaban de bombardear. Para ellos, nosotros somos un obstáculo. Si queremos un mundo más justo, no nos queda otra más que pensar en ellos como el principal escollo.
De aquel lado se situaron los que creíamos conciudadanos con diferente pensar. Ahora que conocemos su calaña, no nos podemos dejar engañar con sus edulcoradas promesas de concordia y unidad. No desean nuestro bien, sino todo lo contrario. Por eso enloquecen con nuestros triunfos, tanto los pequeños como los grandes. Ellos no sólo aplauden a los buitres, sino a las bravuconadas del Imperio Británico que usurpa nuestras Malvinas; felicitan a los especuladores y alientan a los evasores; desprecian nuestro orgullo y nos muestran como los peores. Nos insultan, nos estafan, nos desaniman. Sin dudas, quieren extraviarnos para tenernos a su merced.
Este ha sido el año en que desesperaron. Y así, perdieron las sutilezas de antaño. No pudieron minimizar nuestros logros y el ARSAT les pasó por encima. No sólo se asustaron con la aparición de Máximo, sino con cada manifestación masiva del kirchnerismo. Hasta Casey Wonder, el niño de 11 años que prometió ser presidente en 2050, despertó su pavor. Ni siquiera respetaron la camiseta durante el Mundial, pues trataron de mancharla con todo lo que tenían a su alcance. Seguramente, deben haber hecho tantas macumbas que por eso sólo alcanzamos el segundo puesto. No se atrevieron a ensuciar el reencuentro entre Estela de Carlotto y su nieto Ignacio Guido, pero ganas no faltaron. Algunas de sus estrellas periodísticas deben haber delineado descabelladas historias de bóvedas y valijas que quedaron en los cajones, a la espera de una mejor ocasión.
Este año, como en todos los anteriores, aprendimos muchas cosas. Y aprenderemos muchas más en el nuevo que tenemos encima. Los años electorales se vuelven más festivos a medida que se consolida la democracia, cuando deja de ser un simulacro para convertirse en una garantía de equidad; cuando asegura que cada vez estemos mejor. Pero, sobre todo, cuando comprendemos que no basta con poner un papelito en las urnas, sino en elegir al que mejor represente los intereses de la mayoría. Esto ya lo estamos aprendiendo y este año que se inicia daremos el examen más importante de esta carrera. No hace falta muñirse de papelitos ocultos para salir airosos: nuestro corazón nos soplará quién es el indicado para cuidar este jardín poblado de coloridas flores. Y las malezas se secarán con cada brindis sincero para que dejen de amenazar nuestro futuro.

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