Que Macri haya prometido
terminar con “el curro de los DDHH” lo
aleja cada vez más de la presidencia. Si el editor del diario La Nación eligió
esa frase como título de su entrevista no
es porque le haya querido dar una mano, precisamente. O quizá la estrategia
apunta a consolidar el reducido número de sus posibles electores. En realidad, no hay manera de convertir la mirada de
minoría del PRO en una propuesta para mayorías. Y esto es un elemento más
que lo confirma, para que nadie se confunda. Lo del Alcalde de la CABA no es
sinceridad, sino cinismo. O resignación.
Por suerte, el futuro del país no estará en sus manos, salvo que algún
maleficio trastoque la mente de los argentinos. Porque si alguien como él se instala en la Rosada el país se convertirá
en el coto de caza de las fieras más angurrientas. Justo ahora que estamos
comenzando a comprender muchas cosas, sería
una pena retroceder a nuestras peores pesadillas.
En aquellos tiempos, la crítica
de algún exponente del establishment hacia un funcionario se transformaba al
instante en una sentencia al ostracismo. Del funcionario, por supuesto. Hoy, en
cambio, ni fu ni fa. Las erráticas y contradictorias
declaraciones del titular de la UIA, Héctor Méndez, respecto a Axel
Kicillof y su capacidad para comandar la
economía parece una parodia de aquellos años. Afirmar que “todavía le queda grande el cargo” es
casi como pedir su destitución. ¿Grande para qué? ¿Para satisfacer las apetencias de los que han ganado como nunca? ¿Para
resolver los problemas en que nos metieron “los expertos” con el blindaje y el
megacanje, para no ir mucho más allá? ¿O
para demostrar que la inflación es más producto de la avaricia empresarial que
de una falla de la macro-economía?
Pero hay algo más que sugiere
el anhelo del dirigente industrial por volver a los descafeinados noventa.
Méndez reconoció que Kicillof “es una
persona preparada, está demostrando que podía ser ministro” pero “muchas veces la ideología domina el
intelecto”. Como si fuera un profesor, está
considerando su aprobación para el cargo, potestad que le corresponde a La
Presidenta y no a él. Pero lo más grave es que considera la ideología como
un elemento contaminante del intelecto. Y ya sabemos que, para los que se
creen dueños del país, la ideología es todo lo que no piensan ellos. Ideología es para los integrantes del
Círculo Rojo lo que pone en cuestión su posición dominante.
Para finalizar, Méndez apeló al
lugar común: cuestionar al funcionario y sus colaboradores por su “juventud”.
No hace falta profundizar demasiado en esta atrocidad conceptual. Sólo una
excusa que aparece cuando no se sabe qué decir; un improperio más de los que no tienen argumentos; un pueril
recurso de los que no tienen recursos para recuperar el poder que han perdido.
De
nuevo, el futuro
En estos meses hemos escuchado
hasta el cansancio distintas maneras de nombrar la situación económica en la
que nos encontramos: crisis, recesión, agotamiento. Y a estos diagnósticos
siguen amenazas con forma de advertencia sobre la pérdida de empleos,
suspensiones y demás delicias de los que no soportan nuestra
modesta felicidad. Sin embargo, algunos datos muestran otra realidad. La inflación que carcome los salarios ha permitido gozar del mini turismo en los
fines de semana largos. Las ventas no dejan de exhibir nuevos records en el
consumo de los más diversos productos. Y si algunos cambian el auto por la
bicicleta es más por voluntad ecológica que por recorte presupuestario.
A
pesar de todo esto, los empresarios se quejan, se lamentan, predicen
catástrofes. Y claman por la competitividad, concepto que en otros tiempos provocaba cierta
preocupación en los ciudadanos de a pie, aunque no sabían muy bien qué se
quería decir con eso. Pero hoy no nos asustan con esas palabrejas porque
comprendimos que cuando incluyen la
competitividad como problema es porque quieren ganar más que antes, aunque
invirtiendo lo mismo. Y para lograr eso, hay que ajustar los otros tópicos,
como el salario o, en el mejor de los casos, la carga impositiva. Y si no se
logra esto, mendigan subsidios. Por
supuesto, nunca se les va a ocurrir mejorar la competitividad reduciendo un poco sus cuantiosas ganancias.
De allí que los precios siempre vayan hacia arriba, pase lo que pase. Si
aumenta el dólar, los precios suben y si baja la cotización, también. Jamás
seremos testigos de la reducción de las cifras alucinantes con que adornan las
góndolas porque la angurria que domina
el accionar de los grandes empresarios lo impide.
A pesar de conservar casi
intacto el poder de presión, especulación y evasión todavía tenemos que someternos a ciertas dosis
periódicas de desconsolados llantos. “Quédense
tranquilos que nuestras empresas están vendiendo bien y están teniendo buenos
resultados netos”, ironizó CFK ante los empresarios reunidos en la UIA la
semana pasada. El balance de las 70 empresas que cotizan en la bolsa porteña
muestra que en promedio obtuvieron una
rentabilidad 60 por ciento superior a la del año pasado. Entre enero y
septiembre del año pasado, estas compañías generaron ganancias por más de 24
mil millones de pesos y en el mismo
período de este año, más de 39 mil. Las industrias dedicadas a la
producción de alimentos obtuvieron una
rentabilidad de más del 200 por ciento, pero una de ellas superó todas las
expectativas: Molinos Río de la Plata ostenta una renta que supera el 5800 por ciento. Y todo esto a costa de
nuestros bolsillos.
La inflación blue está haciendo estragos en nuestras
vidas y hay que ponerle freno. El programa Precios Cuidados ha logrado
visibilizar en parte el problema, pero
no alcanza para sanear una conducta viciada. Las multas impuestas a los
supermercados que no cumplen con lo que acordaron parece que no es suficiente.
Tanto que piden condenas ejemplares para un carterista y a estos ladrones a gran escala se los trata con tanta deferencia.
Ya descubrimos su vileza: estafan, mienten,
roban, evaden y fugan. ¿Debemos seguir tratándolos con respeto? ¿Merecen
seguir gozando de sus fortunas mal habidas? ¿Merecemos vivir amenazados por el estado de ánimo de los que no
aceptan límites?
En el octavo año de mandato de
La Presidenta, la economía doméstica necesita medidas que encaucen a los que
más tienen en la vida democrática. Fortalecer
el Estado para dominar a estas bestias que abusan de sus privilegios. El
país del futuro exige que la ética y la solidaridad dominen cada una de sus
esferas: desde la política hasta la economía. Corrupción es el acto ilícito de
un funcionario, pero también evadir, extorsionar, especular y fugar por parte
de los empresarios con posición dominante. Y cobrar de más en un producto,
también. De una vez por todas, los
ciudadanos debemos tomar las riendas. Esas riendas están en el Congreso y
es ahí donde se deben pergeñar estas transformaciones esenciales: una verdadera
reforma impositiva para que paguen más los que más tienen y una ley que cumpla
con el mandato constitucional de reparto de las ganancias empresariales con los
trabajadores. En este año tan crucial debemos decidir quién gobierna: el pueblo a través de sus representantes o
las corporaciones con su pandilla de sicarios.
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