Algunos personajes de la política criolla se
resisten a abandonar el ridículo. Por el contrario, redoblan sus esfuerzos.
Que el dirigente del PRO, Eduardo Amadeo haya decidido iniciar una compensación
a la gorra de la multa que el Consejo de la Magistratura aplicó al pluri
denunciado juez Claudio Bonadío es una clara postal de ello. Una postal que no
sólo indica que obedece sin dudar a la agenda de los medios hegemónicos, sino
que sugiere una deslegitimación de las instituciones democráticas. Y como
buen manipulado, se dedica nada más que a repetir los titulares de los diarios
como todo argumento. Después pregonan sobre la independencia, cuando la
pisotean de todas las formas posibles. Con Malvinas, se ponen de parte de
los kelpers; con la deuda, de los buitres; con las cuentas en Suiza, de los
fugadores. Y ante cada tema que surge o que inventan se encuadran en la
postura que peor representa los intereses de la mayoría. Amadeo y otros
como él, jamás llegarán a las altas esferas del poder: su lugar en el mundo es allanar
el terreno para permitir el arribo a La Rosada del mejor gerente de los
intereses del establishment.
Como si supiera de lo que habla, Amadeo explicó que
“el kirchnerismo acaba de reducir en un 30 por ciento el sueldo de Bonadio, como
represalia por las investigaciones que involucran a la Presidenta”, sin
tener en cuenta que la sanción es por una causa de hace tres años.
Entonces, insistió: “no podemos permitir que el Gobierno apriete a los
jueces que investigan a los funcionarios”. Pero nada dice de los jueces
que congelan aquellos procesos que involucran a los grandes empresarios.
¿Cuántos años lleva el caso Papel Prensa contra Clarín y La Nación, que incluye
delitos de lesa humanidad? ¿O el juicio contra Blaquier por la Noche del Apagón,
que siempre se extravía en vericuetos procesales como si esperasen la
muerte del implicado? ¿Y la cautelar que protege a La Nación de pagar sus
tributos porque el dedo de Carlos Fayt está posado desde hace más de diez años
sobre su expediente? Y nada dicen estos defensores de las instituciones sobre los
vínculos familiares que mantiene el Supremo con un directivo de ese diario
ni que se ha pasado en veinte y pico de años del límite etario para terminar
sus funciones.
Por eso parece una burla que el presidente de la
Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti afirme que “la independencia es un tema
central de la agenda” de todo el poder judicial. Claro, tendría que
aclarar de qué está independizado el Poder Judicial. Porque todos los que
usan este término dentro de las fronteras sólo piensan en la independencia
del poder político, no del económico. Por eso aplauden cuando un fallo
beneficia a un integrante del Círculo Rojo, se regodean cuando un juez
desautoriza a algún funcionario y se sienten en la gloria cuando el ingenio jurídico
logra salpicar a La Presidenta. Si ocurre todo lo contrario cacarean
advertencias sobre presiones, amenazas y persecuciones a los jueces que piensan
distinto. O denuncian ante los micrófonos que estamos ante un
gobierno autoritario, faltando el respeto a las víctimas de la peor de las
dictaduras. Eso sí, en cada una de sus intervenciones tratan de sembrar la
desconfianza hacia el Gobierno Nacional. Pero no les sale tan bien,
porque Cristina tiene una imagen positiva altísima en el séptimo año de su
mandato.
Educados
para el futuro
Esto no quiere decir que la batalla está ganada. No,
si recién está empezando. Mientras los espectáculos periodísticos sigan
alimentando los prejuicios de una parte importante, aunque no mayoritaria,
de la población, no podremos sentirnos victoriosos. Tampoco se pretende
reemplazar un pensamiento único por otro. Lo que sería saludable para el
fortalecimiento de la Democracia es que la política sea una contienda entre
ideas y no una competencia por el rating; que sean los partidos los que
elaboren los programas electorales y no los patrones desde sus siniestras
madrigueras; que los políticos de la oposición se comprometan con los
intereses del país y no con los de una minoría patricia; que las grandes
empresas agradezcan el crecimiento que han tenido en estos años y que dejen
de tratarnos como sus enemigos.
La batalla no está ganada, pero tenemos más
herramientas para alcanzar la victoria. En apenas once años hemos aprendido
de todo; lo más importante, que para construir una patria con equidad tenemos
que escapar del neoliberalismo y resistir la prepotencia imperial. Pero
también aprendimos que para alcanzar esa meta, debemos poner nombre y
apellido a los que pretenden desviar nuestro camino; que el poder es poderoso
mientras se mantiene en el anonimato; que un colectivo anda mejor que
cualquier auto de alta gama; que la Justicia también debe estar orientada
por la Democracia para que sea justa. Y que la política no es una mala
palabra, mientras sea la expresión de las ideas de un pueblo.
Tanto aprendimos en estos años que los títulos de
los grandes medios que antes nos hacían temblar, ahora nos provocan risa.
Hasta nos hemos convertido en expertos analistas, pues somos capaces de desmontar
operaciones y mentiras con muy poco esfuerzo. En el haber de nuestro
aprendizaje está comprender un poco más el funcionamiento de la economía, que
no es una ciencia exacta ni un fenómeno climático, sino una lucha de intereses de
la que formamos parte. Y que los tecnócratas no son expertos sino facilitadores
de grandes negocios de los que no vamos a ver un centavo.
Y lo que estamos aprendiendo es que la inflación no
es un karma ni un designio divino sino el latrocinio de los formadores de
precio que tratan –y muchas veces logran- apropiarse de nuestro dinero. Por
ahora sabemos que más que como una variable económica, puede pensarse como
un fenómeno psicológico o una anomalía ética. El miércoles, La Presidenta
anunció la exención del impuesto a los altos ingresos en los aguinaldos de
sueldos inferiores a 35 mil pesos. Casi 800 mil trabajadores que tendrán un
poco más de dinero para volcar al consumo de fin de año. Esto es para que
podamos consumir más, no para que compremos lo mismo que el mes pasado pero con
precios aumentados. Cristina tendría que haber advertido esto, aunque nosotros
ya sabemos. La competitividad que tanto reclaman los popes de la economía significa
que quieren ganar más invirtiendo lo menos posible y a costa de nuestras
billeteras.
Aunque hayan ganado más que nunca, no pierden la
oportunidad de quejarse. Siempre quieren más, como sea. Los números que
difundió CFK no dejan lugar a dudas: en once años, no sólo hemos salido del
más profundo de los pozos sino que nuestra situación es la mejor de la historia
reciente. Hasta los industriales más opositores reconocieron el crecimiento
que ha tenido Argentina. Sin embargo,
siguen siendo opositores, aunque no se sepa por qué. Esto también deberá
formar parte de nuestros conocimientos: cuando son los más ricos, los más
poderosos los que protestan, sin dudas, transitamos por el camino correcto;
cuando sonríen y se frotan las manos con satisfacción, torzamos el rumbo
porque nos estamos equivocando.
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