El martes participé de unas jornadas de debate sobre el día del Periodista en el ISET N°18. Hacía muchos años que no se organizaba algo así, tan extenso e intenso: muchos panelistas invitados, variedad temática, masiva participación de estudiantes y profesores. Durante años, se organizaba tan sólo una charla circunstancial, burocrática y sólo para cumplir. Esta vez fue diferente pues había un entusiasmo contagioso tanto en la organización como en la participación.
En los diferentes paneles temáticos sobrevolaba la necesidad de nuevas formas de encarar el trabajo en los medios y convivía –hasta chocaba- con las tradicionales formas. Que un publicista vea como negativo que desde ahora se debe señalar el comienzo de la tanda con el anuncio de “espacio publicitario” es una evidencia de que las nuevas normas comienzan a molestar. También, el mismo panelista señalaba que muchos periodistas se avergonzaban por tener que decir un parlamento publicitario en medio de un programa –la llamada PNT o publicidad no tradicional- y se preguntaba el porqué de eso, si es lo que les da de comer.
Una de las transformaciones más interesantes que se están produciendo en los medios es la búsqueda de equilibrio entre los contenidos de un programa y su sustento económico. Que el conductor de un programa recomiende una marca x en medio de los temas tratados es un abuso. La manera más eficiente de mejorar la calidad de la programación televisiva es acotar la publicidad al espacio de la tanda y no que ésta invada los contenidos del programa. Es un cambio conceptual importante: separar la publicidad del contenido.
En otro de los paneles –fotoperiodismo- uno de los conferenciantes narró las distintas manipulaciones que las fotografías reciben en el momento de la edición del diario y la importancia que cobra la foto del partido del domingo frente a las imágenes referidas a otros hechos. Y justificó eso al afirmar que la foto del fútbol “es lo que vende”. Debería pasar algo muy grave para que se desplace esa foto de la portada de los diarios.
Y esas afirmaciones están relacionadas con la siguiente actividad que tenía como protagonistas a los periodistas que trabajan en los móviles tanto en radio como en televisión. Al narrar los pormenores de su cotidiana actividad, trataron de justificar los temas que tienen que cubrir y la necesidad de tener límites éticos, aunque en la pantalla no se noten demasiado. La cobertura en vivo de los programas de radio no despertó reacciones negativas entre los asistentes. Claro, lo que sobrevolaba al auditorio era la duda de todo espectador: la abundancia de noticias truculentas, el exceso emocional en la narración de un hecho policial, el fondo musical de peli de suspenso y la crudeza de muchas imágenes.
Una de las estudiantes se animó a hacer la pregunta obvia, el interrogante que como respuesta puede recibir, primero una sonrisa inocente y después una respuesta obvia.
Pregunta: ¿por qué las noticias tienen que ser malas?¿Por qué no aparecen buenas noticias?
Algunos profesores entrecruzamos miradas y algunas sonrisas. Es como preguntar por qué los elefantes tienen que nacer con trompa o el sol debe brillar tanto. ¿Qué puede contestar uno ante una cuestión tan previsible? Es más, cuando en el ámbito de una clase algún estudiante hace ese planteo despierta en el profesor una exasperación peligrosa. En nuestra concepción anquilosada del trabajo periodístico, una buena noticia no sirve para nada; el trabajo periodístico debe señalar aquellas cosas que funcionan mal en una sociedad; lo contrario sería el trabajo de la Secretaría de Prensa de alguna institución. Es más: muchos profesores consideramos que una buena noticia está despojada de profundidad. Y esto es un claro prejuicio.
Vamos ahora a la respuesta de uno de los panelistas: porque las buenas noticias no venden.
Tanto en el caso de las fotos del partido como en la difusión de malas noticias se justifican con una frase: eso es lo que vende. Uno puede escuchar a los espectadores de los noticieros televisivos y advierte que las malas noticias, la abundancia de sangre, la crudeza de las imágenes producen saturación, hartazgo. Jamás escucho a alguien que diga “miro los noticieros porque me encantan las noticias de crímenes, homicidios y accidentes graves y mortales; es una pena que los camarógrafos no se acerquen más a los cadáveres ensangrentados…”. No sé si es una pose o qué, pero yo escucho a mucha gente quejarse por la abundancia de ese tipo de noticias.
Los panelistas afirmaban que la difusión de las malas noticias puede prevenir, educar, advertir para que no ocurran hechos similares. Entre noticias malas o noticias buenas. En esa disyuntiva estamos. Una sociedad mejor se construye ¿mostrando sus horrores o sus bellezas?¿Se mejora la convivencia en una sociedad por construir la sensación de que no se puede salir a la calle?
Sin embargo, ¿qué es lo que otorga el carácter de “buena o mala” a una noticia?¿Lo que cuenta o sus intenciones?
Si en el medio de una situación social caótica y de pobreza extrema como la que hemos vivido unos años atrás se difunde la noticia de un triunfo deportivo, ¿se trata de alzar el espíritu de la población o de ocultar la cruda realidad?
Tal vez no puedan aportarse demasiadas respuestas, pero al menos podemos empezar a dudar de las convicciones que portamos. En principio, una noticia no debe vender, sino informar. Y ése puede ser un buen punto de partida: dejar de considerar a la noticia y todo lo que se difunde a través de los medios como simple mercancía. Eso es comenzar a pensar los medios no como negocio sino como lo que deben ser: un servicio para la comunicación social.
El mundial 78 sirvió a la dictadura para ocultar sus atrocidades y la prensa cómplice colaboró encantada. Entonces:
ResponderBorrar1) La noticia, como dice en el blog, debe informar.
2) Debe estar impregnada de objetividad y despojada de pasión amarillista.
3) Debe estar dirigida a quienes quieran o deban escucharla, deslindando a quienes no la puedan absorver o interpretar correctamente.
4) Una noticia es un paquete de información, una información es un paquete de datos, simplemente, considerarla una mercancía es obseno.
Ayer estuve en Buenos Aires. No se habla de otra cosa de que Shoclender (perdón si lo escribí mal). Me asqueó.