Hoy se celebra el día del periodista y en el contexto de nuestra actualidad política cabe hacer algo parecido a la reflexión. Seguramente habrá actos conmemorativos, diatribas, apologías, críticas, rasgado de vestiduras, condenas, premios y algunas imposturas más, todo en el marco de una puja entre periodistas independientes y militantes. Una especie de cotejo deportivo del que se desconocen –si es que hay- las reglas.
Cuando los primeros medios gráficos comenzaron a funcionar, a medida que la imprenta se perfeccionaba, se incrementaba la fabricación del papel y el aprendizaje de la lectura se expandía entre la población, no existían los periodistas. Quienes se dedicaban a cubrir las páginas de relatos de hechos venían de la literatura sobre todo o de alguna otra profesión. Muchos periódicos eran escritos por los propios imprenteros. La mayoría de esas publicaciones se generaban como parte de la lucha de alguna agrupación destinada a modificar situaciones injustas, como la esclavitud en Estados Unidos, o los derechos de la mujer, en Francia.
Los medios de comunicación gráficos se desarrollan a mediados del siglo XVIII como resultado del crecimiento poblacional en las principales ciudades y tienen una incidencia trascendental en los procesos revolucionarios. Entonces la prensa juega un papel crucial en la transmisión de hechos e ideas. Nadie pensaba por aquella época que lo que se publicaba en las páginas de esos semanarios estaba desprovisto de una intencionalidad determinada ni que había una asepsia en la elaboración de los textos que los convierta en inmaculados y ajenos a las contiendas que se vivían en las calles. No, quienes escribían lo hacían precisamente como parte de esas contiendas. Llenaban las páginas con pasión, que es lo que hace falta para cambiar las cosas, para señalar las falencias, para denunciar abusos. Por lo general, estas publicaciones no generaban muchas ganancias para quienes las hacían y se conformaban sólo con salvar los gastos y vivir más o menos con cierta decencia. Representaban –nada más y nada menos- que los intereses de un grupo y se identificaban fuertemente con un ideal.
Eso comenzó a cambiar a principios del siglo XIX. La tecnología aportó las herramientas necesarias para convertir a los semanarios en diarios y las diferencias comenzaron a hacerse evidentes. Ya no bastaba con una vieja imprenta instalada en un sótano y unos cuantos militantes escribiendo textos desbordados por la pasión. Las primeras rotativas y el papel continuo necesario para hacer una publicación diaria requerían una mayor inversión y un profesionalismo casi inexistente para la elaboración de los contenidos. La aparición de los diarios ya señalaba la posibilidad de un negocio. Significaban la novedad del momento y de alguna manera había que explotarlo.
Un caso paradigmático es el de Benjamin Day, quien fundó en 1830 The New York Sun, uno de los primeros diarios que tienen las características de los que hoy conocemos. Day fue el primero en comprender lo necesario para convertir una promesa económica en un verdadero negocio. Por eso, los contenidos de su diario apuntaron a impactar en el grueso de la sociedad, esto es las clases medias bajas y las clases trabajadoras. Por un lado, los textos que contaban las historias más escabrosas, los crímenes más horrendos, los escándalos más resonantes; por otro lado, la función pedagógica que cumplía al explicar los principales aspectos de la realidad política y hasta la enseñanza de la lectura con algunas páginas diseñadas especialmente para eso. A medida que The New York Sun conquistaba más adeptos, Day incorporaba más secciones en sus páginas, que gracias a su habilidad se convertían en éxitos.
El dueño del diario incorporó al poco tiempo una nueva sección que se originó a partir de la lectura de una publicación de difusión científica europea. En ella se desarrollaba el relato de los avances y descubrimientos que se estaban dando en el terreno científico y tecnológico. Entonces, incorporó en su diario una síntesis de lo que había leído. La sección fue un éxito y al poco tiempo ya ocupaba dos páginas de cada edición. Como por aquel entonces las comunicaciones con Europa no eran muy fluidas, las informaciones relacionadas con el tema tardaban en llegar y muchas veces se encontraba con que no tenía con qué llenar las columnas de esa sección. Entonces, decidió inventar novedades científicas. Contrató un par de buenos escritores y un estudiante avanzado de ciencias que elaboraban día a día cosas que estaban más cercanas a la ciencia ficción que a la realidad. El público reaccionó bien al engaño y se sentía partícipe del progreso que la ciencia daba a la Humanidad. El extremo de esto fue el éxito obtenido por la historia de un grupo de astrónomos noruegos que habían entrado en comunicación con unos científicos de Marte a través de un código que transmitían a través de un telescopio. Durante semanas publicó las historias que estos marcianos contaban a los científicos terrestres.
No todos los diarios actuaban de una manera tan irresponsable. Ya con la llegada del siglo XX, el periodismo estaba afianzado como verdadera profesión y se dejó influir por las ideas positivistas. Es por eso que se adoptó una palabra que provenía de la investigación científica y que escudaba los posibles errores y exageraciones que podían aparecer en los escritos: la objetividad. Sin embargo, aunque se abandonaran las historias de marcianos y los inventos de la ciencia, las noticias seguían siendo un relato basado en la realidad pero reconstruido, armado, completado en las redacciones. Es decir, no eran más que ficción.
A partir de entonces, el periodista pasó a ser el portador de la verdad de los acontecimientos, a pesar de estar muy lejos para alcanzar tal estado ideal. Lo que sí mantuvieron es su posición ideológica aunque trataron de disimularla con un lenguaje distante.
Hoy las cosas no son muy distintas. El afán mercantilista ha invadido la edición de la mayoría de los diarios y ya no importa tanto informar sobre los hechos como incrementar sus ingresos o impactar sobre la realidad política de los países para defender sus intereses individuales o de grupo, en muchos casos escondiendo sus intenciones, disfrazando su posición en cierto equilibrio del lenguaje.
La tendencia del periodismo contemporáneo parece ser un retorno al espíritu del siglo XVIII, apasionado, involucrado, partícipe de los procesos políticos, con las transformaciones que se están produciendo en gran parte del mundo. Nunca han dejado de hacerlo, pero comienzan a abandonar las simulaciones del lenguaje híbrido. La toma de posición con respecto a los hechos políticos y económicos comienza a ser más explícito.
Si cabe una reflexión para el día del periodista es el abandono por parte de los medios informativos de la pretención de objetividad. El lector debería saber qué posición defiende el producto que está consumiendo, para no ser víctima de un engaño. De esa manera, la profesión ganará más transparencia, más eficacia, más compromiso. Algo de eso se está viendo en la prensa de nuestra región. Se está poniendo en evidencia que las operaciones, los ocultamientos, las exageraciones son intencionalidades corporativas y no las limitaciones del ser humano para alcanzar la objetividad. Un periodista que se anuncie como defensor de una idea, de una toma de posición, de un punto de vista es mucho más transformador que el que simula estar en un panóptico observando la totalidad de los hechos y relatándolos con un inhumano equilibrio.
Buen post. Lo más importante es el lugar que ocupa hoy, el lector, o el televidente, etc. Gracias a las nuevas plataformas tecnológicas -conjuntamente con la ley de medios- el público ingresó a la zona de conflicto, ejerciendo el lugar de sujeto crítico, otorgando riqueza al debate y también cuestionando lo que antes era incuestionable -valga la redundancia-. Saludos, colega.
ResponderBorrarHay que observar que la manipulación de Day fue en respuesta a la baja del ínteres general de sus publicaciones. Fue entonces que pergenió el engaño tomando el camino más corto y fácil, la estafa, y logró nuevamente captar el interes de la gente. Esto habla a las claras de que la gente responde más a lo fantástico o ridículo que a lo objetivo y sino tenemos el fenómeno Tinelli para lamentarnos. Besos.
ResponderBorrarSabes lo que creo Gustavo,que esto se sabia de antemano de parte de las corporaciones pero esperaron a este momento, es como en la guerra siempre tienen un as bajo la manga, lo que no exime al no se que calificativo ponerle, ignorante, pelotudo, infeliz de Schoklender me hace acordar a a fabula del escorpion y la rana le pidio que lo cruce el rio con la promesa de no picarla cuando este en el medio del rio, y el escorpion no pudo con su genio aunque se hundio junto a la rana la pico y se ahogaron los dos.
ResponderBorrarEsperemos a ver que dice la justicia ahora.
Soy Omar no puedo entrar con mi perfil de google