Ante todo debo pedir disculpas a mis lectores y seguidores. Soy nuevo en esto de la blogósfera y el diseño gráfico no es lo mío. Sólo soy un periodista libre y verdaderamente independiente, no más que eso. En estos tiempos, Apuntes discontinuos ha recibido muchas visitas y la casa no es todo lo acogedora que debería ser. El diseño es lo más primitivo y elemental que puede esperarse en un blog. Mis visitas a otros blog me revelan lo poco atractivos que son los recursos de este espacio. Para suplir esas falencias, voy a concentrar todos mis esfuerzos en los contenidos, que es lo que mejor me sale. Por todo esto, gracias a todos. Ahora, a disimular las desprolijidades visuales, es decir, a trabajar.
Mis padres siempre dicen que notan una particularidad en las caras de los actores políticos y periodistas que ven a diario por televisión. Por supuesto, uno no tiene culpa por la cara que tiene, pero sí la responsabilidad de la expresión. A partir de la observación realizada por mis queridos progenitores, comencé a prestar atención a esos rostros que día a día tratan de convencernos sobre el estado de nuestro país.
Hay caras de extrema preocupación, como si el portador estuviese en un bote inflable en el medio del mar plagado de hambrientos tiburones. Otros ostentan una expresión asqueada, como si toda la materia fecal del mundo se depositara a sus pies. Algunos aparecen ceñudos y severos, fustigando al futuro votante para que no se equivoque más y confíe en los que siempre lo han traicionado. Los menos sonríen satisfechos ante las mínimas complicaciones, como si quisieran expresar un “¿vieron? se los dije”. Pesimistas y malhumorados escupen ante las cámaras o borronean en las páginas de un diario relatos dantescos de una situación no verificable empíricamente. Otros se relamen como ante un manjar cuando declaman el número de pobres que queda en nuestro país. Sólo unos cuantos intentan reprimir un gesto de fatal resignación al mencionar los recursos que se destinan a planes sociales, viviendas, escuelas y, con indisimulada avidez, exigen achicar el gasto público, a favor de la llamada austeridad; por supuesto, en sus manos, los dineros del Estado tendrían mejor destino y calmarían a las fieras con unas gotitas de distribución, que es lo que se conoce como derrame.
Y hay otras caras, más satisfechas, más optimistas, más relajadas. Pero no voy a profundizar en ellas porque algunos van a decir que soy muy exagerado en la ponderación del camino que emprendimos en los últimos años y que debemos continuar, mejorar, profundizar, sanear para construir un país solidario, inclusivo, equitativo y en donde la dignidad alcance a todos los habitantes. Estamos en los primeros pasos, nada más.
Esas caras, las portadoras de las pesadillas inexistentes, son las que se posicionan como las defenestradoras de este modelo incompleto. El acto de ayer: la presentación del IPC (Índice de precios al consumidor) opositor. Con enorme satisfacción mostraron en sociedad la crudeza de un número que debería espantar a los espíritus más valientes. En efecto, gracias al promedio de consultoras privadas, el IPC de mayo alcanzó el 1,5 por ciento. Corre un sudor frío por la espalda ¿no? ¿Los fantasmas del pasado hiperinflacionario parecen rondarnos en la noche? Así es, como no tienen propuesta ni argumentos ni plan quieren convencer –asustar, angustiar- a la opinión pública con una abstracción que es intraducible en nuestra vida cotidiana. Si en la puerta del supermercado uno aborda a una señora que acaba de hacer su compra y se le pregunta: ¿le parece que la inflación de mayo es de 0,7 como dice el INDEC? Por supuesto que esta señora va a decir: “no, es mucho más” y recitará el incremento de los precios de los artículos que constituyen su habitual consumo. Ahora bien, si abordamos a esa misma señora y le preguntamos por el índice opositor, el 1,5 por ciento, contestará exactamente lo mismo. Porque el IPC no revela lo que la señora gasta de más en su compra mes a mes, porque eso depende de los productos que integran su consumo. Por otra parte, el índice se difunde un mes después, por lo tanto la comparación debería hacerse entre abril y mayo, no entre mayo y ahora. Sería demasiado pedir que la pobre señora se acuerde de cuánto le costó el yogurt digamos, cincuenta días atrás. ¿Se entiende cómo se apuesta a la confusión? Ni uno ni otro porcentual se relaciona con la realidad del bolsillo, pues ambos son una abstracción. Además, las consultoras privadas basan sus estimaciones de precios a partir de los datos que aporta el INDEC, que, aunque criticado a diestra y siniestra, tiene una estructura más sólida e integral para hacer un relevamiento de precios. Simplemente, duplican lo que el organismo oficial difunde como IPC. ¿O no han notado acaso que es siempre el doble?
Y una última cara que amenaza. Esta mañana, el diario -es un decir- La Capital de Rosario, en su versión on line, realizaba su habitual encuesta. La mayoría de las veces son preguntas por demás de tontas, como “¿cree que Rosario Central saldrá de la B?” o “¿está de acuerdo con que amanezca a la mañana y anochezca a la noche?” y otras sandeces por el estilo. Pero esta mañana colgó una pregunta para amargarle el desayuno a cualquiera: “¿Le parece que Carlos Reutemann será el vice de Cristina?”. Esa es una cara que muchos no queremos –y que no nos conviene- volver a ver. Uno puede hacerle frente a los fantasmas, pero con las hienas no hay manera.
Intrascendente, alucinado y desesperado como cada vergonzoso acto de la oposición (que prácticamente se centra en Junior). Afortunadamente (por ahora) el socialismo "Progresista" se mantiene apartado de este camino, aunque no por eso configura una oposición potable. Concuerdo con el Profe en que si bien este es el camino aún falta mucho. Y además, ¿quién en su sano juicio optaría por otra cosa?. Los fanatizados de siempre. Salvo que Cristina se junte con el Lole. En ese caso mi voto sería en blanco.
ResponderBorrarEl voto en blanco es tan dañino como lo que intentas esquivar...
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